1.16.2012

abandono

Empacar es otra forma de romperse un poquito. Volver a casa, después de un año. A la única que se puede decir que construiste. A la que limpiaste de rodillas. Que amueblaste como hormiga mermando el salario. Un sofá que dure toda la vida, un ancla. Un refrigerador plateado, un sueño. El cenicero soplado a mano con un pez microscópico que estuvo ocho años guardado porque no tenías casa. La única mancha en el sillón de la entrada, la pintura chueca del mueble que recobraste, ese foco fundido. Hay cosas que son fáciles de olvidar si no las miras todo el tiempo, pero apenas las tocas y te echas a llorar. Como si quisieras pedirles perdón por haberlas abandonado. ¿Por qué me llevé esta pulsera y no esta? Una falda con el elástico marchito, víctima de un año de soledad, queda lisiada para siempre al primer intento de abrazarla otra vez a la cadera. La maleta, ese contenedor injusto de recuerdos, de cariños, de urgencias. La sospecha de que haría falta un barco, como en otro tiempo.

Todo por supuesto, como una metáfora de lo demás.
De ellos.

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2.12.2011

febrero

Algunas veces el silencio cansa. Sobre todo, el silencio en la casa que se siente como una joroba sobre el hombro derecho. El resto del tiempo casi no me importa. Me desplomo tan pronto como llego, a oscuras. Luego vuelve a ser de día. Abro los ojos y estoy en un libro de Saramago. Extiendo un dedo. Pienso que lo puedo tocar. El silencio, el vacío, la altura. Respiro hondo, parpadeo fuerte y lento. Pasan quince minutos. Tengo los hombros desnudos. Me rasco la cabeza. Estos olores todavía no son míos. ¿A quién podría contarle todo esto? Esta nostalgia que se me pega entre los dedos.

Y sin embargo, parece que soy feliz.

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1.13.2011

reloj

Piensas que si compras una almohada que no huela a nadie más vas a dormir tranquila. Te convences de que tu bienestar está en un tapete nuevo, un espacio cómodo, una rutina. Inventas una madriguera artificial. Intentas recrear los colores y olores que crees que van a engañarte cuando te sientas sola. Vas y compras cosas. Haces cuentas primero. Tres veces, porque no quieres equivocarte con las complejas fórmulas matemáticas que gobiernan tu bolsillo estos días. Vas y compras. Sin habértelo propuesto compras también un reloj de pared. Acomodas la ropa y sales con paso firme. Haces listas, propones cosas, tecleas, lees, tecleas. Te deshaces de palabras que puedan delatarte cuando te subas a un taxi, des una orden, hagas un chiste. Que puedan ponerte en desventaja, pues. Intentas cansarte y lo logras. Una suerte de anestesia.  Abres mucho los ojos y cierras la boca siempre que puedes. Estás incómoda. Sospechas, intuyes, descubres. Un día vuelves a tu casa y  te das cuenta que tu confort no está en la colcha con tu aroma ni en la toalla inmaculada y bien oreada. El capricho de setenta pesos que compraste sin pensarlo es tu ancla. Cuelga en la cocina, entre la recámara, el baño y el que es tu estudio y te consuela. Hace tictactictac y te acompaña. Te dice que. De pronto recuerdas un libro que leíste cuando eras niña. No era un cuento, más bien una guía ilustrada de consejos para niños. Si tienes un perrito recién nacido, decía, y no quieres que extrañe a su mamá, hazlo dormir junto a una bolsa de agua caliente y un reloj. Piensas que la almohada, el acento, la eficiencia. Y nada. Un reloj que te engaña como a un perrito recién destetado.

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12.21.2010

despedida

Decirles a tus amigas que te marchas. Y que una te ofrezca cincuenta dólares por tu bicicleta nueva. Y que otra vez, te eches a llorar.

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11.01.2010

cajón

Abres un cajón buscando por décima vez buscando un potinque u otro. Revoloteas entre todas las mugres que has ido acumulando. ¿A qué horas dejó de ser una casa nueva y empezó a tener triques?

 Haces una pausa. De pronto tus dedos en lugar de hurgar, seleccionan, clasifican. Sin pensarlo muy bien te despides de los souvenirs chinos que nunca repartiste, el collar chiapaneco que no volvió a ser reparado, el alhajero que compraste en una rebaja de Urban Outfitters cuando vivías en Nueva York, la cajetilla de los últimos cigarros que compraste (pero no la de los que compró él la única que vez que estuvo en tu casa), los doscientos recibos de tantas disposiciones de efectivo en cajeros automáticos de todo el continente. Los aretes redescubiertos se quedan, así como las tarjetas de navidad en blanco que este año sí vas a enviar, el monedero con pesetas americanas, los papelitos del puente de Laredo que cruzaste manejando dos tres veces el último par de años.

Y una simple excursión al cajón se convierte en la primera página de una otra despedida. El primer paso de un otro viaje.

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9.25.2010

juliet, naked

Once upon a time, you would watch a Nick Hornby movie and then turn on your computer, make a playlist, start a blog, go for a cup of coffee with a boy you were sort seeing, except it was all a game. You would smoke cigarrettes indoors, leislurely, in a way that today seems preposterous. You would feel wordly about your tastes, discuss Love and Relationships in pop-culture metaphors (Finding Love was Like Looking for the Perfect Pair of Sneakers) and then drive to the cinema. Twice in the same week, once all by yourself. You would fuck on weeknights until your perfect young body ached, the insides of your arms bitten mad, your legs absolutely sore. Your life, relationship, conflict could all be summed in a song or two. You would feel butterflies in your stomach when you heard the first five seconds of those two songs. You would text at three am in the morning, drunk. You would be up and drunk at three am in the morning. You would whisper invitations in someone's ear at a bar. Then leave the bar like there was no tomorrow. You knew no life outside of this but had the firm belief that This Was Not It. It Would Be Grand. Your life, that is.

These days, you pick up a bright yellow Nick Hornby book and read it on the flight home. You usually use those flights to catch up on work, or to read last month's New Yorker and maybe sip a bit of wine. This time you didn't feel like it. You picked up the bright book yesterday on the airport and you couldn't put it down until this morning, all three hundred and some odd pages of it. Feeling old and wasted.

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5.02.2010

niña

Cuando era niña, una de las mejores cosas que me podían pasar en la vida era que mi mamá y la mamá de los vecinos nos dieran permiso de bañarnos a manguerazos en las cocheras contiguas de los departamentos que nuestros jóvenes padres rentaban. Si era nuestro día de suerte, también nos daban permiso de comer con el dedo un sobrecito entero de Kool-Aid. Hacíamos caras y nos manchábamos lengua y manos de morado y rojo (los más ricos eran los de fresa y uva). El agua sobre las piedritas de la cochera se sentía tibia tibia en los cuarenta grados del verano de la frontera. La maravilla fue un día que me compraron un aspersor de plástico con la forma de la cabeza de un payaso. El agua salía en formas impredecibles del sombrero y, si se lo quitábamos, era igual al de una fuente que emergía del cerebro del payaso. Algunas veces veíamos el arcoiris, si el sol pasaba de cierto modo. Eran tiempos simples.

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8.14.2009

lustro

Yo, hace cinco años.

"1.6.2004
¿Qué son las palabras? Las palabras lo son todo, pero al serlo corren el riesgo de convertirse rápidamente en nada. La autriz no tiene ganas de ponerse filosófica y discurrir sobre la naturaleza y escencia de las palabras. Lo único que quiere decir es que las palabras a veces salen sobrando. Las pobrecitas se la pasan diligentemente yendo y viniendo entre las personas, entre los amantes, en una danza que parece interminable. Luego, de pronto, cuando el espacio se hace progresivamente menor entre ellos - entre ella y él-, las palabras son desdichadamente mandadas a un rincón. Porque salen sobrando. Porque las mentes ya no las necesitan para imaginarse nada (porque a veces quedan pocas cosas para la imaginación). Porque las manos y los ojos se comunican sin necesidad de ellas. Y los labios también se ocupan de cosas que no son las palabras. Y las palabras se vuelven de repente redundantes. Como quien llega de lentejuelas a un evento de jeans. Overdressed. Pero las palabras no se van. Se quedan atestiguándolo todo. Porque habrá de llegar el momento en que sean otra vez útiles y necesarias. Como "aquí". Es una palabrita muy socorrida en esas largas conversaciones que sostienen en silencio los amantes. A veces la necesitan y la mandan llamar, la invocan. "Aquí" a veces duda y se acomoda entre signos de interrogación. A veces es valiente y se presenta sola. Hay otras. Hay otras que de pronto se escapan sin querer. Que se entusiasman tanto con lo que está sucediendo que se cuelan en los labios de uno de los dos. El amante en cuestión entonces se detiene, se sustrae un poco y las detiene (o no). Pero están todas, sentadas, de pie, acostadas, silenciosas y expectantes. Luego, cuando ellos se queden vacíos otra vez, empezarán a resurgir. Porque sin ellas no podría después él decir "¿quieres café?" ni ella: "no te vayas". Porque sin ellas las distancias serían todavía más largas y huecas. Porque se necesitan palabras para decir muslo, rodilla y lóbulo.

Para preguntar qué son las palabras."

Irreconocible.

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6.07.2009

ene

Querida abuela. Hace tres años te moriste. Yo no te vi hacerlo, estaba muy lejos. El día antes de que te murieras abuela, fui a la playa en Nueva York y me quemé las plantas de los pies. Hacía mucho calor, pero el agua estaba fría. En el tren de regreso leí en la New Yorker un perfil sobre alguien en Hollywood. No recuerdo sobre quién, pero recuerdo el texto como si fuera una película en blanco y negro, con las estaciones pasando acaloradas por las ventanillas desde Rockaway Beach. Después, cuando volví a la ciudad, llamaron para decir que tal vez murieras pronto. Recuerdo la moldura blanca del departamento, la luz apagada. Diego me sirvió un trago de alcohol -tal vez haya sido en una taza- y lo bebimos juntos en la penumbra de su habitación de domingo. En silencio. Cuando volvieron a llamar, abuela, tú ya no estabas. No me viste volver, ni yo te volví a ver. Hay tantas cosas que quisiera contarte este sábado de junio que se me fue en que me dolieras. Dueles todavía abuela, en el aniversario de tu muerte. En el del año pasado, en tu casa, se me metió una hormiga en la oreja, ¿tú crees? Si hubieras estado no habría hecho todo el guato de ir al hospital. Ahora ya no vivo en tu casa, sino junto a ella. Todas las mañanas, al salir a la calle veo tu bugambilia y te extraño. ¿Te acuerdas cómo me dabas la bendición antes de irme?

Es sábado abuela, y sé que tu desaprobarías.

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6.03.2009

ambivalente

Vuelvo a imaginar las calles de Nueva York. A saborearlas en la memoria y en el deseo. Soñar una acera. ¿Cómo se cuenta eso? Caminar sobre un gris y mirar celeste y tener frío y estrellitas en los ojos.



Despertar con un ancla al cuello. Que yo coloqué ahí.

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2.23.2009

Purple Violets

Noviembre de 2005. Ed Burns y Selma Blair sitiaron nuestra calle por un par de días. Recuerdo haber pasado mucho rato con la nariz pegada en la ventana del cuarto del flasmeis (el flasmeis, ¿lo recuerdan? lo vi la semana pasada luego de casi tres años), tratando de ver algo. Filmaban en la librería de enfrente, donde yo iba a fumar cuando ya habían cerrado. Cuando salí revisé los avisos que ponen por ley para que los vecinos sepan el motivo de la disrupción a su barrio. La película, decía, se llamaba Purple Violets. La estuve esperando y nada. Durante un tiempo pensé que tal vez le habían cambiado el nombre y no me había enterado. Luego, como tantas otras cosas, lo olvidé. Hasta hoy domingo que abrí el periódico para buscar los horarios de Doubt y me topé con ella sin querer. Así que arrastré al Hermanuel a las diez de la noche y la vimos. Y me emocioné cuando salió mi calle y contuve el aliento cuando vimos la pared de la iglesia, de mi iglesia. La película tal vez no era taan buena. Pero hablaba de los reencuentros. Eso que sucede cuando uno ha perdido a alguien y luego lo encuentra de nuevo. Estos días están llenos de ellos. El viernes para no ir muy lejos. Y yo, con una sonrisota después.

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2.07.2009

fados

Esta tarde, además de limpiar y escribir, me subí al metro y me fui a la Cineteca. Estaba Fados de Carlos Saura. La primera vez que oí uno fue hace tal vez cinco años. Con el doctor, nos gustaba escuchar fados y beber vino y besarnos en las bocas. Era un romance ibérico de copas y quesos y aceitunas y guitarras. Hoy leí Fados en la cartelera y fui. Sola. Como quien encuentra el último chocolate y lo esconde para comerlo cuando nadie esté en casa. El fado tiene esa cualidad de la luz del ocaso de transformar todo lo que toca en bello. Bella Lisboa y su tranvía y Amália Rodrigues y los aretes de Lila Downs. Bello Caetano y la casa de fados y las cuerdas. Bello, el sábado por fin.

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9.28.2008

finde

Esta empresa del departamento ha sido como, no sé, fortalecer el caparazón. A veces me pregunto para qué. Para levantarme tarde, ponerme la bata, rascarme la cabeza rodeada sólo de silencio. Poner café, tomar café, preocuparme de la hora que es, qué barbaridad. Barrer un poquito y acomodar la ropa otra vez y ordernar las pulseras que ahora tienen un lugar y han dejado de correr riesgos. Decidir que los libros siempre no van ahí sino allá y jalar el banquito y subirlos uno por uno al estante superior del nuevo armario. Toparme con el libro autografiado de Almudena y de pronto ver caer un sobre. Un sobre blanco y olvidado con una inicial solitaria y un punto. Mi inicial y punto. Cuatro, ¿cinco años? Marisa Monte en el fondo -Aquela- y vuelvo a leer una despedida que resultó de mentiritas. Pensar en la güera y desear muy fuerte que estuviera de regreso. Tomar un bonche de hojas y moverlas todo el fin de semana de lugar. Sentirme importante porque alguien quiere que le lea treinta páginas del libro que publica este año y hacer berrinches más tarde. Pasar la mano por el canto de la mesita de la cocina otra vez. Una y otra y otra vez. Leer el correo de Miss G y suspirar. El maldito tiempo, la estúpida distancia. Tomar por primera vez una ducha con agua caliente en este domicilio, dejar que el agua corra y comprender la finitud de mi cuerpo. El espejo que devuelve sólo lo que hay. Enojarme con lo que hay.

El otro día me decía alguien que tengo una vida bastante buena. "Salvo porque extrañas mucho a tus amigos y vives decepcionándote de los hombres, todo está bien contigo". Que me dijera después que no me tomo muy en serio más que para lo que no importa en realidad. ¿Qué pasa? ¿Por qué todo el mundo tiene una opinión que no se puede guardar? ¿Tan así me ven? No sé.

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7.09.2008

sexenio

Me puse a limpiar mis carpetas de la vieja cuenta de yahoo. Salió un correíto que mandé. Me sorprendió un poco, no sonaba a mí.

Danzón

From:

Tuesday, July 2, 2002 2:28:36

To:

Tout à l'heure, il y a eu un concert aux jardins de la Université. C'était "Sontoca", un superb ensemble des musiciens: un violin, des percusionistes.... Ils commencent à jouer un "Danzón". De coup, je me suis retrouvée chez toi, deux étés avant. On dansait au milieu de la chaleur du juin. T'avais un t-shirt jeune, moi, je n'avais pas des chaussures. Te souviens-tu de tout ca? Moi oui, parfois. Quand la musique est comme aujourd'hui...quand il fait si chaud et on ferme les yeux avec un peu d'espoir. Pas de desespoir. Ca n'existe plus. Il n'ya que demain maintenant, n'est-ce pas?

Joyeux Juillet 2...(Ya ganamos...)

Un beso al compás del danzón

Qué raro. Seis años no parecen tanto tiempo. Y sin embargo.

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6.08.2008

porche

Últimamente paso mucho tiempo en el porche. De noche. Es como si lo acabara de descubrir. Son las dos de la mañana y me pregunto por qué no venía al porche antes, por la noche, a sentir el fresco, a escuchar el tren. El tren que pita y pasa y las hojas que arrullan. Antes pasaba las noches pegada al teléfono, adentro. Intentando sostener. Queriendo que estuviéramos. Escuchándolo. Contándole.

Ahora estamos las hojas y el silbato del tren y un cigarro y la calma. Están también las palabras. Ésas a las que les había callado la boca. Ellas no se fueron y me acompañan. A veces son en inglés, las palabras de las newyorkers atrasadas que me manda mi mamá. Algunas veces son palabras escritas en una ventanita que me confunden y de cuando en vez me arrancan un suspiro. Otras veces conjuro otras palabras grises, nubladas como el cielo de Lima. Nunca las de el año pasado o el anterior, las de los planes.

Pienso en mi pequeño escalón de Prince Street, en esas palabras de la nieve frente al escaparate de la librería. Las que luego subía a teclear antes de cerrar los ojos en ese pedacito de vida que me fue regalado. Tampoco esas han vuelto. Hay que darle la vuelta a la página.

Ahora tengo un porche y estoy reconciliándome con las palabras. Las que siguen.

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4.20.2008

en la calle

El otro día, mientras manejaba, me asaltaron otra vez las lágrimas. Son unas lágrimas pequeñas, esporádicas, como la lluvia en Lima. No suceden muy a menudo, y casi siempre son una sorpresa. Si tengo que concentrarme en el volante, las lágrimas se aburren de correr por las mejillas y se marchan. Quisieran ser importantes. Quieren que las mire de frente y las escuche y luego les diga, "sí, qué triste" y que nos pongamos a llorar con todas las ganas, con todo el cuerpo, con toda la nostalgia. Esta vez querían decirme que no todo fue malo. Que hubo momentos buenos. Que cómo podía negarlos, anularlos, ignorarlos. Las pobrecitas no entienden. Si yo me pusiera a pensar eso, ellas se mudarían a vivir conmigo y no las desterraría nunca más. Es un mecanismo de defensa, recuerdo haber pensando mientras tomaba la curva, una manera de protegerme. Tengo que escribirlo así, con pinzas, como si le pasara a otra. Sorprenderme de vez en cuando así, con el semáforo borroso y suspirar y permitirme saber que hubo cosas buenas y que las extraño y que tienen que quedarse en el último cajón porque hay que darle pa delante.

A veces me canso. A veces quisiera poder volver a descansar en.

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12.26.2007

chau

No había entendido nunca la expresión duele hasta el tuétano. Hoy sí. Así, con dos, tres palabras.

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12.22.2007

sigh

Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro. Suspiro.

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12.15.2007

new yorkers

Lo conocí hace poco más de un año. Bueno. En realidad lo ví por primera vez hace poco más de un año. Hacía frío y me parece que no lo escuché hablar nunca. Esta semana que nos vimos fue diferente. Ahora habla, y habla en español, o algo que se le parece. Michael -lo vamos a llamar Michael- trabajó tres lustros y algo para el DOD y antes de eso para el DOT. Era analista. Después sintió el llamado. God came knocking, dice. Y desde entonces vive con ellos. Pero no lo tratan como a un igual, me he dado cuenta. Él no es monje ni sacerdote. Los llama my brothers pero no es uno de ellos. Hablando sobre quién sabe qué cosas me confiesa que está muy aislado. Que extraña a veces saber del mundo. Tengo algo para tí, le digo sin saber bien por qué. Y así, así quién sabe cómo termino por deshacerme de un bulto de revistas. Sin pensarlo.

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12.10.2007

en el moleskine

La sopa de Au Bon Pain me gusta, pienso mientras abro la tapita plástica en el aeropuerto de Dallas. Ah. Cuántas veces me ha visto este aeropuerto en los últimos veinte meses. La sopa es buena, pienso. Soup is good for you, me repito en inglés, por si alguna parte de mí necesita convencerse en otro idioma. Saco el Moleskine,la sopa necesita enfriarse un poco y lo escribo. La sopa hace bien. Ahí está ahora, en blanco y negro, negro y beige more like it, pero eso. Litera scripta manet. Y su permanece debe ser cierto. Vuelvo a ver la sopa que humea. Entre un pasajero distraído y otro, a most unusual annoucement is made, over the airport loudspeaker no less. Jennifer, Diego wants you to know your love rocks and he hopes to see you soon. Y entonces quisiera largarme a shorar. Así, con sh. Pero no se puede, porque tengo la sopa enfrente. Y la sopa, dice el moleskine, es buena. ¿Quién puede largarse a shorar cuando tiene frente así la contundencia de esa verdad? ¿Quién?

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