9.28.2008

finde

Esta empresa del departamento ha sido como, no sé, fortalecer el caparazón. A veces me pregunto para qué. Para levantarme tarde, ponerme la bata, rascarme la cabeza rodeada sólo de silencio. Poner café, tomar café, preocuparme de la hora que es, qué barbaridad. Barrer un poquito y acomodar la ropa otra vez y ordernar las pulseras que ahora tienen un lugar y han dejado de correr riesgos. Decidir que los libros siempre no van ahí sino allá y jalar el banquito y subirlos uno por uno al estante superior del nuevo armario. Toparme con el libro autografiado de Almudena y de pronto ver caer un sobre. Un sobre blanco y olvidado con una inicial solitaria y un punto. Mi inicial y punto. Cuatro, ¿cinco años? Marisa Monte en el fondo -Aquela- y vuelvo a leer una despedida que resultó de mentiritas. Pensar en la güera y desear muy fuerte que estuviera de regreso. Tomar un bonche de hojas y moverlas todo el fin de semana de lugar. Sentirme importante porque alguien quiere que le lea treinta páginas del libro que publica este año y hacer berrinches más tarde. Pasar la mano por el canto de la mesita de la cocina otra vez. Una y otra y otra vez. Leer el correo de Miss G y suspirar. El maldito tiempo, la estúpida distancia. Tomar por primera vez una ducha con agua caliente en este domicilio, dejar que el agua corra y comprender la finitud de mi cuerpo. El espejo que devuelve sólo lo que hay. Enojarme con lo que hay.

El otro día me decía alguien que tengo una vida bastante buena. "Salvo porque extrañas mucho a tus amigos y vives decepcionándote de los hombres, todo está bien contigo". Que me dijera después que no me tomo muy en serio más que para lo que no importa en realidad. ¿Qué pasa? ¿Por qué todo el mundo tiene una opinión que no se puede guardar? ¿Tan así me ven? No sé.

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