6.29.2011

no es por la gloria


A veces creo no he tenido una vida tan atormentada como para  tener las aspiraciones de otra gente.

A veces pienso que sería mejor escritor si hubiera sufrido mucho.

A veces me convenzo de que una niña muy sana y muy feliz sólo puede convertirse en una adulta  con cierta gracia.

Saber tanto, pensar tanto, tener tanto.
Nos vuelve perezosa la ambición.

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¿de qué estás hecha?

Quiere saber si soy de verdad o puro envase.
No me conoce.
Algunas veces yo quisiera saber lo mismo.
Conocerme.
El envase, estos días, se me está desconchinflando.
Así que no me queda de otra que ser de verdad.

Sin tirarse nadie a la desgracia.
Sólo sacar lo mejor de uno y ya.

6.25.2011

Ramón

Se llamaba Ramón y murió hace dos días. La última vez hablamos por teléfono, hace nueve meses. Yo quería que mi maestro viniera a hablar con mis alumnos. Niña hermosa, me dijo, cuénteme qué está haciendo ahora. Su voz y la forma que tenía de bajarla como para contar un chisme sabroso era la misma que hace más de diez años, cuando yo me sentaba en el pupitre y él enseñaba aferrado a una lata de Diet Coke.

Cuando los maestros y los alumnos podían fumar juntos en la puerta del salón antes de refugiarse de la canícula hablando de Rosario Castellanos. Antes de que nos fuera poco a poco descubriendo los secretos de Pedro Páramo. Antes de que levantara un dedo y sentenciara que no, que no todos los alumnos eran iguales y unos eran más preferidos que otros. Él fumaba Benson mentolados y yo fumaba Camels en aquellos días. Y me leía todo lo que nos daba y lo que no nos daba pero mencionaba también. Y sudaba leyendo fotocopias de libros que ya no imprimen escritos por mujeres que saben escribir y que sólo leen los universitarios.

Alumnos como usted -escribió con rojo en un ensayo yanomeacuerdodequé- hacen que la docencia sea gratificante. Y yo lo guardé como un tesoro.

Hoy ya no existe. No existe más Ramón, ese maestro gracias al cual la lectura es gratificante.

6.10.2011

acento

Y si perder el acento fuera un viaje.
Perder el acento, no la palabra, no el nombre, no el país.
Si perder el acento fuera la única seña de este viaje.
El acento, irlo aspirando en ciertas eses
agudizándolo en los reproches
colocándolo en el final de algunas sílabas

estaría ya, tal vez, con la mitad del camino recorrido

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