6.08.2008

porche

Últimamente paso mucho tiempo en el porche. De noche. Es como si lo acabara de descubrir. Son las dos de la mañana y me pregunto por qué no venía al porche antes, por la noche, a sentir el fresco, a escuchar el tren. El tren que pita y pasa y las hojas que arrullan. Antes pasaba las noches pegada al teléfono, adentro. Intentando sostener. Queriendo que estuviéramos. Escuchándolo. Contándole.

Ahora estamos las hojas y el silbato del tren y un cigarro y la calma. Están también las palabras. Ésas a las que les había callado la boca. Ellas no se fueron y me acompañan. A veces son en inglés, las palabras de las newyorkers atrasadas que me manda mi mamá. Algunas veces son palabras escritas en una ventanita que me confunden y de cuando en vez me arrancan un suspiro. Otras veces conjuro otras palabras grises, nubladas como el cielo de Lima. Nunca las de el año pasado o el anterior, las de los planes.

Pienso en mi pequeño escalón de Prince Street, en esas palabras de la nieve frente al escaparate de la librería. Las que luego subía a teclear antes de cerrar los ojos en ese pedacito de vida que me fue regalado. Tampoco esas han vuelto. Hay que darle la vuelta a la página.

Ahora tengo un porche y estoy reconciliándome con las palabras. Las que siguen.

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2 Comments:

Blogger c. ha dicho...

qué hacer ante la belleza perversa de la nostalgia, maz, decime...

11:37 a.m.  
Blogger La Maz ha dicho...

supongo, querida c, que uno se dobla, se dobla, pero no se quiebra... y uno se sigue sentando en el porche

12:37 a.m.  

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