10.11.2017

librero

El draft más antiguo en mi casilla de correo
(ahora tengo tiempo de esas exploraciones)
dice así, ese draft primigenio en mi casilla:

Tengo que mandar hacer un librero para ver si me queda un poco más de espacio. Poner orden y guardar todo como debe ser. Aprovechar la luz de la ventana. Aunque luego tal vez se irán despintando  los lomos. Se me olvida que el sol es para mí, para mi cuerpo. ¿Dónde dejé el

Han pasado ocho años y un poquito desde entonces. Entonces no sabía lo que de verdad significaba no tener más espacio en el librero. Un librero compartido, soñaba. Un librero con sus libros y mis libros. Los libros de él. Él, quién sabe quién sería. Un tipo que gustase de leer libros y de comprarlos y de acomodarlos en un estante. Después, con el tiempo y  las ojeras y el cansancio y los kilos encima se te olvida. Se te olvida la buena fortuna y cuánta soledad y cuántas casualidades te ha costado esta ruma informe de libros por toda la casa. Y empiezas a joder. Como una broma, primero. Después con un poquito de pasive agressiveness. Y así quién sabe cómo te conviertes en una jodida esposa malagradecida.