11.01.2010

cajón

Abres un cajón buscando por décima vez buscando un potinque u otro. Revoloteas entre todas las mugres que has ido acumulando. ¿A qué horas dejó de ser una casa nueva y empezó a tener triques?

 Haces una pausa. De pronto tus dedos en lugar de hurgar, seleccionan, clasifican. Sin pensarlo muy bien te despides de los souvenirs chinos que nunca repartiste, el collar chiapaneco que no volvió a ser reparado, el alhajero que compraste en una rebaja de Urban Outfitters cuando vivías en Nueva York, la cajetilla de los últimos cigarros que compraste (pero no la de los que compró él la única que vez que estuvo en tu casa), los doscientos recibos de tantas disposiciones de efectivo en cajeros automáticos de todo el continente. Los aretes redescubiertos se quedan, así como las tarjetas de navidad en blanco que este año sí vas a enviar, el monedero con pesetas americanas, los papelitos del puente de Laredo que cruzaste manejando dos tres veces el último par de años.

Y una simple excursión al cajón se convierte en la primera página de una otra despedida. El primer paso de un otro viaje.

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