2.12.2011

febrero

Algunas veces el silencio cansa. Sobre todo, el silencio en la casa que se siente como una joroba sobre el hombro derecho. El resto del tiempo casi no me importa. Me desplomo tan pronto como llego, a oscuras. Luego vuelve a ser de día. Abro los ojos y estoy en un libro de Saramago. Extiendo un dedo. Pienso que lo puedo tocar. El silencio, el vacío, la altura. Respiro hondo, parpadeo fuerte y lento. Pasan quince minutos. Tengo los hombros desnudos. Me rasco la cabeza. Estos olores todavía no son míos. ¿A quién podría contarle todo esto? Esta nostalgia que se me pega entre los dedos.

Y sin embargo, parece que soy feliz.

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