4.23.2011

atardecer

Hay un edificio, un cierto rascacielos que estalla a las seis de la tarde. A esa hora, cuando el cuello empieza a quejarse y echo la nuca para atrás, y estiro los brazos sobre el teclado, lo descubro. Una suerte de espejo del mar que a lo lejos me recuerda que tictoc es un día menos frente a la playa. Hago una pausa. Me levanto. Camino a la ventana. Nunca antes tuve una ventana así. Un tríptico de vidrio que prolonga la vista desde la sala hasta la habitación. Estoy encerrada pero domino la cuadra y un cachito del barrio. Esta mañana estaba todo en silencio. Vivir en un país católico. Un país que se duerme una siesta de tres días mientras Cristo en la cruz pasa del sepulcro a la vida. Las mañanas en paz. Sin taladros ni grúas ni cláxons. El día entero para borrar, teclear, borrar. Una palabra, dos, tres. La indecisión y la duda.

4.21.2011

cuadernitos

Antes tenía cuadernitos, apuntes, papelitos, blog. Apuntaba todo lo que veía. Transcribía, garrapateaba, escribía casi casi en las paredes. Veloz, furiosa, enamorada, celosa. Pero siempre ahí, aquí. Verbal. Hoy no hay nada. Abro cuadernos ajenos. Y todavía no me terminan de gustar las cosas que encuentro ahí. Alguna vez pensé que debería dedicarme a ser una lectora profesional. Que la escritura sería sólo un modo secreto de salvarme, una salida para mis días de otra cosa. Lo intuí cuando leí Truth and Beauty. Cuando fui y le dije a Anne Pattchet, maybe, you know, writing for me is like waitressing. Something you do while you become something else.  Alguna vez pensé que sólo podía ser una diarista muy disciplinada, una perpetua blogger de clóset. Hoy siento que todo el tiempo le estoy tomando el dictado a alguien. Callándome los dedos y afilándole los lápices a alguien más. No encuentro la gracia en mis palabras, y me las como. Me lío a golpes con un estúpido párrafo que ni siquiera me pertenece. Sueño con títulos de historias que no voy a firmar. Despierto de madrugada, buscando una versión de un texto que no existe. Enferma, huérfana, extranjera en un país de palabras ajenas.

A veces todavía quisiera ser un escritor.

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4.19.2011

falencia

Una vida con demasiadas migrañas, demasiadas preocupaciones, demasiadas espaldas encorvadas.

Una vida entre libros, líneas, plumas rojas y computadoras. Una vida de páginas y páginas de saberes.

Una vida con un sólo problema: el de la demasiada poca poesía.

4.11.2011

dedo gordo

Abres los ojos. Otra vez estás en un lugar extraño. Todavía en un lugar extraño. Esta semana perdiste las llaves de tu casa. Extiendes un muslo. Lo tensas. Extiendes el otro. Empujas el edredón con el pie y miras la forma que tiene el dedo gordo de rematar el arco que forma tu cuerpo cuando despiertas. Empujas los hombros hacia atrás. Cierras los ojos y te das cuenta que esta mañana es posible sonreír. Sonríes con los ojos cerrados, gatito contento. Echas la nuca para atrás. Giras las muñecas en un gesto de flamenco horizontal. Algo en un hombro truena. Todavía entre las sábanas negocias y acuerdas. Haces una lista mental. Achinas los ojos hacia la ventana. Está todo blanco, otra vez. Como si te hubieras olvidado de pagar la factura de la vista y te la hubieran cortado. Pero así es aquí. Un servicio intermitente de paisaje. Neblina garantizada. Pasas un buen rato trastabillando. Caminando descalza entre revistas y ropa que cayeron a las prisas alrededor de la cama. Sientes calor en los ojos cuando parpadeas. Te gustaría, por primera vez en la vida, pasar un día sin leer. Dibujas el cerro a lo lejos mientras lavas los vasos. Hay un cerro ahí. Este no te pertenece pero está en la ventana. Por primera vez en días, tarareas sin proponértelo. Estás empezando a desprenderte, a dejar de resistirte, a renunciar a lo que te hace daño. Decides que sí, que hay más que esto. Abres la puerta.

4.03.2011

XXXII

En otro tiempo, el día era pretexto para estrenar una blusa, unos zapatos. Para darte una tregua y aceptar abrazos. En otro tiempo, tu mamá preparaba lentejas con una noche de anticipación para hacerte el gusto. En otro tiempo, corrías al teléfono mientras del otro lado una sucesión de tíos, primos y abuelos cantaban las mañanitas. En otro tiempo recibías flores de dos chicos diferentes. En otro tiempo, bailabas al compás de un jazz bajo la lluvia después de que todos se habían marchado. Para después ir a seguir el festejo sobre su almohada. En otro tiempo, pisoteabas con tus tenis rojos los buenos deseos que llegaban por correo. En otro tiempo comprabas vino, ponías la mesa, comprabas tú sola las flores, abrías la puerta.

En otro tiempo lo disfrutabas.

En este tiempo no. En este ya tienes treinta y dos. .

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4.01.2011

fears and wants

Hace una semana tuve esa horrible pesadilla premonitoria, la que siempre sueño antes de que se muera alguien.

Anoche, en algún punto de las tres horas de sueño, volví a ser maestra. Tuve autoridad, garra, competencia. Y me sentí feliz.

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