5.02.2010

niña

Cuando era niña, una de las mejores cosas que me podían pasar en la vida era que mi mamá y la mamá de los vecinos nos dieran permiso de bañarnos a manguerazos en las cocheras contiguas de los departamentos que nuestros jóvenes padres rentaban. Si era nuestro día de suerte, también nos daban permiso de comer con el dedo un sobrecito entero de Kool-Aid. Hacíamos caras y nos manchábamos lengua y manos de morado y rojo (los más ricos eran los de fresa y uva). El agua sobre las piedritas de la cochera se sentía tibia tibia en los cuarenta grados del verano de la frontera. La maravilla fue un día que me compraron un aspersor de plástico con la forma de la cabeza de un payaso. El agua salía en formas impredecibles del sombrero y, si se lo quitábamos, era igual al de una fuente que emergía del cerebro del payaso. Algunas veces veíamos el arcoiris, si el sol pasaba de cierto modo. Eran tiempos simples.

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1 Comments:

Blogger Amisadai ha dicho...

Me siento terriblemente atraída, por la simpleza de tus entradas, que en verdad se vuelven extraordinarias. Me encanta

1:21 p.m.  

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