2.26.2011

duda

y la verdad es que, habiendo tanta palabra por ahí, ¿para qué seguir apuntando más?

aquí nunca hubo otra cosa más que puras, puras palabras. no se trataba de ideas. no había que hacer pensar a nadie, ni vender nada, ni ganar nada. era una cuestión de disfrutar, de decir, de blablablá.

¿y si se va el goce? ¿y si el dolor no es ya lo que las motiva sino al revés? ¿para qué, digo yo?

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2.16.2011

ustedes y nosotros

Y la mayor muestra de afecto que recibí en muchos dìas, la màs espontánea fue el abrazo de mi nueva sastre. Todos los días paso frente a su puerta. Todos los días hago una nota mental de los asuntos domésticos que no alcanzo a resolver porque para eso se requiere tiempo. Hoy ha sido diferente. Hoy he traído junto con los textos corregidos y el café y mi torpeza una falda. Toco la puerta, me presento, indico lo que se requiere. Rápido, preciso, claro. Mi abuela estaría orgullosa. Hablo del bies, del zurcido, de la forma correcta que debe tener el forro. La sastre parece complacida de que estemos dialogando en un idioma parecido. Después de un rato, cuando estoy por marcharme, titubea y pregunta ¿pero usted no es de aquí, no señorita?

Es normal. Me pasa en casi todos los mostradores. En casi todos los asientos traseros. Una mezcla de curiosidad y alguna otra cosa que no sé cómo llamar.

Le digo que no, que no soy de aquí. Deletreo el nombre de mi país, que, no le digo, se está yendo al carajo si le creo a la prensa y a las redes sociales. Entonces, ella da un brinco que me pesca por sorpresa. Y me ataca con un abrazo, los dos brazos extendidos. Sin preguntar.  Un gesto tan heartfelt, tan genuino, que no pude hacer otra cosa que rendirme y aceptarlo.

¡Bienvenida a nuestro país! me dijo, ¡bienvenida! No sé qué cara puse porque luego agregó: ¡Es que somos iguales! Ustedes y nosotros!

2.12.2011

febrero

Algunas veces el silencio cansa. Sobre todo, el silencio en la casa que se siente como una joroba sobre el hombro derecho. El resto del tiempo casi no me importa. Me desplomo tan pronto como llego, a oscuras. Luego vuelve a ser de día. Abro los ojos y estoy en un libro de Saramago. Extiendo un dedo. Pienso que lo puedo tocar. El silencio, el vacío, la altura. Respiro hondo, parpadeo fuerte y lento. Pasan quince minutos. Tengo los hombros desnudos. Me rasco la cabeza. Estos olores todavía no son míos. ¿A quién podría contarle todo esto? Esta nostalgia que se me pega entre los dedos.

Y sin embargo, parece que soy feliz.

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