4.20.2008

en la calle

El otro día, mientras manejaba, me asaltaron otra vez las lágrimas. Son unas lágrimas pequeñas, esporádicas, como la lluvia en Lima. No suceden muy a menudo, y casi siempre son una sorpresa. Si tengo que concentrarme en el volante, las lágrimas se aburren de correr por las mejillas y se marchan. Quisieran ser importantes. Quieren que las mire de frente y las escuche y luego les diga, "sí, qué triste" y que nos pongamos a llorar con todas las ganas, con todo el cuerpo, con toda la nostalgia. Esta vez querían decirme que no todo fue malo. Que hubo momentos buenos. Que cómo podía negarlos, anularlos, ignorarlos. Las pobrecitas no entienden. Si yo me pusiera a pensar eso, ellas se mudarían a vivir conmigo y no las desterraría nunca más. Es un mecanismo de defensa, recuerdo haber pensando mientras tomaba la curva, una manera de protegerme. Tengo que escribirlo así, con pinzas, como si le pasara a otra. Sorprenderme de vez en cuando así, con el semáforo borroso y suspirar y permitirme saber que hubo cosas buenas y que las extraño y que tienen que quedarse en el último cajón porque hay que darle pa delante.

A veces me canso. A veces quisiera poder volver a descansar en.

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