5.19.2012

floja

Hace unos días siento (siento, pienso, me, mi, yo, maldita primera persona del singular) como si tuviera un diente flojo. No es literal. Es esa certeza íntima y cercana de que algo está a punto de cambiar, de caerse, de madurar. Una premonición natural de que pronto (en una semana o dos, o mañana mismo si te olvidas y muerdes muy fuerte ese pedazo de hamburguesa) vas a tener un hueco. Y que va a ser visible a menos que me quede callada, me tape la boca, apague la sonrisa. No un accidente, no un trauma. Una cicatriz de crecimiento. Me pongo los zapatos a la mañana y salgo a la calle y alcanzo a advertir una sombra. Está allí. Hay un secreto que todos saben, menos yo que paso con cuidado la lengua por encima de ese diente y  lo muevo despacito. A ver qué pasa.

5.14.2012

pérdida

Había perdido el único libro de Watanabe que tenía esta semana. Más bien: recién esta semana se dio cuenta. Ocurrió un domingo de aburrimiento. Despertó a las once, con una conciencia indiscutible de que ya era otoño. Lo supo porque un triángulo de luz ocupaba el lado derecho de la cama, ese que ahora estaba vacío, excepto por el sol, que nunca antes había caído de ese modo sobre el borde de la almohada. Preparó café en la prensa francesa. Siempre tenía miedo de que fuera a quebrarse. De todas formas se aproximaba al agua descalza. Es decir, tenía miedo de quemarse pero no esperaba que sucediera. Ese domingo la cafetera tampoco se rompió. Una burbuja multicolor sobresalía sobre el café mojado. ¿Es prensa francesa de verdad?, preguntaba cada diez días el dependiente de la tienda. Porque si es de filtro, mire que mejor le doy otro tipo de molido. Ella le aseguraba que así estaba bien. Descalza, con la nariz sobre la boca del recipiente de vidrio, levantó los ojos hacia el horizonte. Algún día también iba a olvidar el trazado de las calles, que ahora conocía por nombre. Algún día dos de mayo sólo sería una esquina vagamente familiar. Ahora era una efeméride. Un plazo tonto que había fijado como un capricho: "Voy a quererte hasta el dos de mayo". Le prometió que se despedirían en esa misma esquina que ahora no alcanzaba a mirar porque habían construido un edificio de siete pisos. No había sido allí, sino una cuadra más arriba. Cumplió con el ritual hollywoodesco de mirar su nuca en el taxi hasta que se perdió. Cumplió con la orden de no llorar. Con el requisito de salir con sus amigas a los dos días y también con el de abrazar a otro chico a la semana, sólo para demostrarse que podía. Se reconcilió con el silencio de la casa vacía, del refrigerador abandonado, del par solitario de zapatos junto a la puerta. Aceptó un regalo sorpresa. Después se dio cuenta que no encontraba a Watanabe.

5.10.2012

torpe

De pronto el plato estaba sobre tus rodillas. El plato estaba de cabeza sobre tus piernas. Pero sólo hasta que te asustaste y con el manoteo lo hiciste caer al piso. En el piso, contra tu veloz pronóstico, no se rompió. Uno, dos, tres golpes contra el suelo. Un estruendo. Después fumbleas. No hay otro modo de decirlo. Sientes lo mismo que cuando tenías tres, cuatro, once, quince, veintiséis. La necedad de querer arreglarlo cuando ya es demasiado tarde. Hay un par de segundos donde lo adivinas. Te das cuenta que vas a tropezar. Que algo va a quebrarse entre tus manos. Que tu cuerpo tiene segundas y terceras intenciones. Que tus cálculos no han sido correctos. Y caes, tiras, tartamudeas. Te avergüenzas en las mejillas pero nadie se da cuenta. Te alegras de que suceda de día, cuando sólo has tomado café. Que haya testigos de que eres así todo el tiempo. Te sacas la mugre - aquí no te das en la madre, te sacas la mugre- contra una mesa, un muro, una banqueta. Sigues usando minifalda hasta que alguien te pregunta qué cosa es eso en aquella rodilla. Una interrupción de la elegancia, dices. Un síntoma de que tienes el cuerpo mal armado.