12.04.2010

MSN

Maztrich says:
 oyes

 no me dijiste de tus análisis


Mamá Maztrich says:
 mal muy alto el colesterol, me siento mal


Maztrich says:
 pero el otro dijiste que te faltaba hacerte otro estudio


Mamá Maztrich says:
 272 de colesterol,y bien el otro 
 perdì los boletos que acabo de comprar
 voy a a la central de nuevo besos mamà


Maztrich says:
 por qué los perdiste?
 qué pasó?!


Mamá Maztrich says:
 no sè. voy a comprar otros  bye


Maztrich says:
 ok... ¿segura?


[....]


Mamá Maztrich says:
 ya  aparecieron uhf

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6.08.2010

telefónica

Lunes, 11:29 P.M. El hermanuel y yo vemos una película en la tele.

Mi papá en GChat: Eit,m'ja, marca a la casa x fa (por favor nótese lo juvenil que se lee mi papá usando su Blackberry desde la comodidad de su cama)

Lo leo y se me quiere parar el corazón. Con tanta cosa. Busco mi teléfono. Mi teléfono, ah sí, está en la bolsa, fuera del alcance del oído. Cuatro llamadas perdidas. Un mensaje de texto nuevo. El mensaje de texto indica que tengo tres mensajes de voz. Todos del número de mis padres. Lo anuncio en voz alta. El hermanuel baja el volumen, pausa la película. Marco. A la primera contesta mi mamá con voz soñolienta.
Yo: ¿estabas dormida?
Mamá: sí
Yo: ¿qué pasó?
Mamá: ¿por qué no me contestaban?
Yo: estábamos viendo la tele
Mamá: estamos muy preocupados. les hablé mil veces.
Yo: nos hablaste cuatro, no lo oímos
Mamá: contesten el teléfono por favor, porque luego no me puedo dormir
Yo: ¿no estabas dormida ahorita?
Mamá: Sí
Yo: entonces TAN preocupada no estabas
Mamá: no, pero no es lo mismo dormirte con preocupación que sin preocupación


Sospecho que es de esas cosas que no voy a entender nunca.

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2.09.2010

tevé

Los señores maztrich hicieron aritmética. Sumaron, restaron, multiplicaron. Concluyeron matemáticamente - quién puede retar a la ciencia- que los gastos incurridos en una tarde efímera de Super Bowl en cualquier lugar público equivaldrían sin duda alguna a algo más durable: Regalarle a este hogar una televisión. Aparato que no habíamos traído a este domicilio en parte porque no teníamos y en parte también porque ya se sabe de nuestras tendencias malsanas al ermitañaje auto-impuesto y la flojera olímpica. Pues ya no más. Desde ayer tenemos una, nuevecita, plana y muy moderna. Dicen que tiene capacidades wireless y mucha mucha resolución. El otro inquilino me ha dado treinta días - no especificó si hábiles, naturales o útiles- para decidir si la pondremos en nuestra hasta ahora bonita e intelectual área común, o si, las autoridades de Hong Kong van a disponer de ella como mejor les parezca. En todo caso, es el fin de nuestra civilización.

Si no escribo más, ya saben qué fue.

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12.01.2009

marx

Me gusta vivir con él. Hoy por ejemplo, que hace por fin 10 grados y está lloviendo y vuelvo muy de noche de trabajar y no encuentro mis llaves y el portón está cerrado -hay que bajarse del auto y abrir el candado- y debo hacer malabarismos con el tarro vacío y la compu y la bolsa, viene y abre la puerta. Me desplomo en el recibidor y exclamo "...¿tú crees que en lugar de que venga el chino a lavar el coche y a barrer la banqueta, podríamos mejor tener un servicio de valet para estas ocasiones....?" así, como si de verdad fuera una posibilidad en esta economía tan apachurrada, él responde "Hear that?" Así, lo dice en inglés, porque esta es una casa a todas luces bilingüe, somos de la frontera, qué quieren. Me desoriento y digo "What?, ¿qué pasó?" Me mira con un brillito en los ojos y contesta "that was the sound of zombie Marx, raising from his grave in Germany, and he is coming-to-get-you!".

Por eso, por eso me gusta vivir con él.

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10.04.2009

sábado de tiros

Abres los ojos a las once de la mañana. Todo está oscuro todavía. Los cierras otra vez. Estiras las piernas y restriegas el empeine contra el borde del colchón. Sonríes dormida todavía, con la nariz pegada a tu hombro izquierdo. Alcanzas el iPhone con la mano. Es tu secreto. Paseas el dedo por la pantalla, miras, lees, encuentras. Intentas alargar la mañana en la cama. Imaginas. De pronto una urgencia te saca de la modorra. M vendrá a tomar un té antes de ir a comer a casa de su suegra. Te enjabonas como si supieras un secreto. Sonríes. Con la mano derecha te tallas uno ojo. Usas la derecha porque en esa mano llevas el anillo que te hace sentir adulta. Te vistes. Suena el teléfono. Tu mamá te pregunta si has desayunado. Acaba de volver de una despedida de soltera a la que prometiste acompañarla pero lo olvidaste. Te cuenta cómo fue y en dónde. Ahora está en el supermercado y, en realidad, no te habla tanto para saludarte, aunque te aclara que sí, como para pedirte que llames a la casa y le hagas un favor. Tiene un celular nuevo y no sabe usarlo bien. Aparentemente es una Blackberry, pero es difícil saber. Por algún motivo sólo ha conseguido llamarte a ti. Olvidó su cartera en casa. Te ríes mientras tiendes la cama al descuido, si pudiera ver que no has doblado las sábanas como ella te enseñó. ¿Podrías llamar a tu hermano y pedirle que se la lleve al súper? Te parece absurdo. Intentas explicarle cómo marcar, le pides que describa la pantalla. Tocan la puerta. Es M que ha venido y tiene sólo una hora para charlar. Al teléfono dices que sí sí sí y cuelgas. Abres la puerta y además de M están los fumigadores intentando convencerte de que los necesitas. No los necesitas. Abrazas a M y te apena un poco el pelo mojado, la cara recién lavada. Un chisme, otro, aquí está el agua ¿quieres Cloud 9 o Ancient Happiness? De pronto, entre una cucharada y la servilleta, lo recuerdas. Tienes que llamar a tu hermano. Le marcas al celular. No contesta. Marcas al fijo. Alguien más contesta. Explicas, llamada en espera, tu hermano. Hermano, tu mamá llamó, necesita que la rescates en el súper. Hermano se escandaliza ¿no podría llamarlo a él personalmente? Explicas, teléfono nuevo y de quién fue al final la idea de darle una Blackberry. Que no, te dice, no es una Blackberry y refunfuña otro poco y después te cuelga. Regresas a M y a todas las cosas que deberían decirse porque hace cuánto que no se ven. Vuelve a sonar tu teléfono. Tu mamá otra vez. Te dice que está bien pero que cerraron el supermercado. Hay una balacera. La cara de M cambia sólo de ver la tuya. Preguntas cosas tontas. Tu mamá está sorpresivamente calmada. Te cuenta lo que está pasando y te recuerda que no sabe cómo hacer llamadas a otros teléfonos. Pero que estés tranquila, ella está bien. Pero tu hermano. Tu hermano que se había marchado luego de que le dijiste, a llevarle la cartera, él está en el estacionamiento. Afuera hay tiros. Dices te quiero y cuelgas el teléfono. Marcas el número de tu papá, piensas mil cosas. Tu papá te pone al tanto: Estamos todos a salvo, menos tu hermano, que andaba en la calle. Pero ya habló con él y está bien. Ahorita, te expllica, nadamás falta él. Tu mamá está encerrada pero está bien. Tengan cuidado, le dices y sientes algo feo en la panza. Abres la página del periódico, M te mira con los ojos abiertos. No hay nada. Sirves otra taza de té. Piensas en Dios. Le pides. Intentas concentrarte en la conversación. Recuerdas que hace un año, o un poco menos de un año, tú y M estaban sentadas en los mismos banquitos la noche de Thanksgiving, en la víspera de la muerte de tu abuelo. Tienes un mal presentimiento. A doscientos kilómetros hay una balacera y tu mamá y tu hermano están cerca del peligro. No puedes hacer nada más que servirte otra taza de té y pensar en Dios. Pedirle en silencio y respirar hondo y tratar de no pensar. Imaginas los soldados y el ruido y la gente. Te preguntas si estarán tirados en el suelo. Te preguntas si tu hermano estará mirando pasar las balas muy cerca, si tiene la cara contra el pavimiento, si hace mucho calor. Te preguntas si es verdad que tu papá está a salvo o si sólo quería tranquilizarte. Quieres llamar otra vez pero sientes que vas a estorbar. No quieres estorbar en medio de la crisis y el caos. ¿Qué clase de país habitas? Este miedo tan cotidiano, tan carrito del súper, tan sábado a mediodía, tan otro sorbo a la taza y mirar la pantallita del celular. Esperar que pase. Desear con muchas ganas volver a librarla. ¿Habrá de otra? ¿Hay algo más que cerrar los ojos y esperar a que termine?

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7.03.2009

opening phrase


sra. maztrich: a ver, léele aquí cuántos minutos hay que poner las palomitas porque no traigo lentes y no veo

maztrich: acércalas más, yo tampoco leo, creo que voy a empezar a necesitar lentes

sra. maztrich: ay, ni lo mande Dios

maztrich: Dios no lo manda, pero el cuerpo se acaba

[silencio de risa sofocada]

maztrich: ¿de qué teríes?

sra maztrich: jiji, no me río, pero apúntale apúntale, con esa frase vamos a ir a recoger algún galardón

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6.07.2009

ene

Querida abuela. Hace tres años te moriste. Yo no te vi hacerlo, estaba muy lejos. El día antes de que te murieras abuela, fui a la playa en Nueva York y me quemé las plantas de los pies. Hacía mucho calor, pero el agua estaba fría. En el tren de regreso leí en la New Yorker un perfil sobre alguien en Hollywood. No recuerdo sobre quién, pero recuerdo el texto como si fuera una película en blanco y negro, con las estaciones pasando acaloradas por las ventanillas desde Rockaway Beach. Después, cuando volví a la ciudad, llamaron para decir que tal vez murieras pronto. Recuerdo la moldura blanca del departamento, la luz apagada. Diego me sirvió un trago de alcohol -tal vez haya sido en una taza- y lo bebimos juntos en la penumbra de su habitación de domingo. En silencio. Cuando volvieron a llamar, abuela, tú ya no estabas. No me viste volver, ni yo te volví a ver. Hay tantas cosas que quisiera contarte este sábado de junio que se me fue en que me dolieras. Dueles todavía abuela, en el aniversario de tu muerte. En el del año pasado, en tu casa, se me metió una hormiga en la oreja, ¿tú crees? Si hubieras estado no habría hecho todo el guato de ir al hospital. Ahora ya no vivo en tu casa, sino junto a ella. Todas las mañanas, al salir a la calle veo tu bugambilia y te extraño. ¿Te acuerdas cómo me dabas la bendición antes de irme?

Es sábado abuela, y sé que tu desaprobarías.

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4.02.2009

crisis

Miércoles a la noche. En tres días vacaciones de semana santa. Apenas es día primero, es decir, acaban de pagar. La cartera, muy vacía no obstante. Muy. Vuelvo a casa en el filito de las diez de la noche. Me encuentro con el hermanuel. Sostenemos el siguiente diálogo:

M: Aló, aló.
H: Hey sis.
M: ¿Cenaste?
H: No, ¿tienes hambre?
M: Sí. No hay nada en el refri.
H: Mh. ¿Viste los riots?
M: ¿Cuáles?
H: Los de Londres.
M: Ah, el g-20. ¿sabías que ahora les dicen anti-capitalismo, no globalifóbicos?
H: ha, funny shit.
M: Aparentemente quejarse contra la globalización es pretty useless. It's here.
[H sigue leyendo, M va a la cocina y vuelve]
M: Pues ve, en el refri hay un paquete de hash browns y un chorro de queso. Es papa. Los rusos sobrevivieron años y años con papas.
H: Sería apropiado, dado el clima anti-capitalismo que se vive. It smells like gulag already.
M: También hay leftovers del arroz del takeout del otro día. Eso y, mh un plátano y crema de cacahuate. Y dos chiles.
H: Great. We're totally doing the sino-soviet thing tonight.
M: Gosh. Nunca pensé que lo iba a decir pero, I long for a McDonald's.


[NdelA: No cabe duda que la creatividad aflora en estos tiempos. El plato que M y H cenaron: Hash brown patties al horno cubiertos de leftover pesto, leftover sour cream and cheese scraps. Algún día recordarán con nostalgia estos momentos de deliciosa privación e inventiva]
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3.11.2009

hecatombe

Apagué el despertador, de mal humor. Otra vez me maltripié con el asunto de que el iPhone sugiere Cancelar o Posponer?? cuando suena la alarma. Ahora mo recuerdo cómo dice. Pero sé que todas todas todas las mañanas la forma verbal me causa problemas. Igual estuve posponiendo quince minutos hasta que no quedó más remedio. Me levanté, de mal humor. Me metí a bañar, con música y todo, de mal humor. Salí escurriendo y de mal humor a elegir la ropa que me pondría en este malhumoroso día. Puse café. Last.fm en el iPhone se paró otra vez, insufficient content, se disculpa con una sonrisa burlona. Frente al espejo, corregir lo que se pueda y esconder lo demás. De mal humor me percaté de que se me terminaba el delineador para los ojos. Regresé a la cocina, a verter el café en el tarro y dejarlo un rato abierto, no fuera ser que puta madre, me salpiqué, auch, la mano. Volví a secarme un poco el pelo, cambiarme la blusa otra vez. Argh, resoplo, urgh, chingao. Empaco la bolsa del gimnasio, el maletín con las tareas -las tareas que otraveznoterminé-, cambio la pantunfla por el zapato. Regreso a la cocina a ver si el café, por fin, ya se le pegó la gana atemperarse. Y en el camino, ah sí, comer algo, una manzana. Alargo el brazo al refri y suspiro, dieciocho meses sin intereses, voy apenas en el pago nueve. Desde la puerta del congelador, el cuadrito del 23 en el calendario de la New Yorker parpadea insistente. Cuando llegó en el correo le pinté el día del cumpleaños de negro porque obvio, qué horror, los treinta. Así que lo ignoro y abro la puerta, me inclino, saco la manzana. Cuando la cierro me doy cuenta de que hay algo más. Alguien agregó nueve letras solemnes al cuadrito del veinticuatro. Ajusto la vista.

Y ahí, en medio del malhumor y de la inminencia del cumpleaños treinta, el hermanuel con discreto espíritu grafitero ha escrito en el día posterior al día que se acerca, resignado:

Aftermath.


Entonces me río. Me río de verdad y en voz alta. Y el mundo está bien otra vez.

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12.28.2008

fara fara

Diciembre 23. La abuela -la abuela sobreviviente- hizo un cortadillo de esos que sólo las abuelas del norte saben hacer. Nos sentamos a la misma mesa que tantas veces presidió el abuelo ese que ya hace una década que murió. Los frijoles aguados de mi abuela, inmejorables (con una barra de mantequilla de Falfurrias, mijita). Las tías, picudas, como siempre. La mitad de los tíos tomando una plácida siesta en la sala mientras la abuela abre sus regalos y dice de una pashmina que a mí, que la compré, me parecía divina, "ay pero ahora necesito un traje para ponérmela". Entonces los primos empiezan a hacerse señas. Hacen la V con los dedos y preguntan con las cejas ¿le entras?. Eso, luego de que me desataranto, entiendo que significa que traer al fara-fara costará doscientos pesos por cabeza, ¿cooperaré? Claro que cooperaré.

Ah, el fara fara en casa de la abuela. El fara fara, en general. Esos señores bigotones y sombrerudos que en unos momentos llegarán a cantar y tocar el acordeón y la guitarra y el tololoche en el portal de la casa de la abuela. Que entre un vaso de whisky y una Miller Light complacerán a la parentela que pide que le recuerden las historias de la región. Y así pues, conjuramos a Chito Cano, a quien mataron por la espalda, de frente no se podía. Ser de aquí es esto que ya pocas veces experimento. Verlo de otra forma. Escuchar que el primo recién casado le dedica a su prieta Idos de la mente y encontrarlo romántico y conmovedor. Luego cantan el de Laurita Garza, la maestra que mató al novio que la dejó por otra, con una escuadra chiquita, cerquita del Río Bravo y me digo que debe haber por ahí un par de pelados que fueron suertudos de que yo haya sido de otra generación. Y échele compadre, dice uno y ¿se sabe el de la mesera? dice mi papá, que ya se despertó. Se hace de noche entre pianolas y balazos y me pregunto si esto va a sobrevivir. Si la gente seguirá reuniéndose en torno a un par de instrumentos y conjurando la memoria de esta gente que yo ya no conocí pero cuyas tragedias y virtudes he oído desde siempre. Tomando whisky y bailando en una cochera al menos una noche de diciembre al año. ¿Cómo contar esto? ¿Cómo decirlo sin ser cursi ni irónico?

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12.27.2008

hermanuel

Cosas que dice mi hermanuel:

  • Al volver del supermercado el 24 de diciembre por la tarde: "La próxima vez que me pidan que vaya al H-E-B en 24 o 31 de diciembre, quien me lo pida deberá aceptar que ese sea su regalo de navidad".

  • Luego de desempacar las bolsas del súper y enfrentar miradas inquisitoras sobre el bote de salsa BBQ: "Si Potosí viviera y alguien me obligara a comérmelo, lo único que requeriría es que estuviera bieeeen cubierto de esa salsa".

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11.30.2008

Max

Diciembre 1, 2008

Sería incapaz de decir cuándo murió. Este mediodía de domingo todavía respiraba. Respiraba a bocanadas, su pulmón de 95 años colapsado al fin. Pero de qué sirve respirar si no puede uno hacer cuentas, jugar dominó, sonar la campana para que venga alguien a prender el noticiero, lavarse las manos concienzudamente, frotarse alcohol en las piernas. Pero eso que hacía mi abuelo el último fin de semana no era vivir.

Su vida, el tronco del que después llegaríamos los veinticinco nietos que le dieron sus ocho hijos, era mucho más que ese horrible tanque verde y una mejilla barbona que besamos por última vez ayer domingo.

Mi abuelo Max, que me decía profesora mucho antes de que yo supiera que lo sería. El que en los últimos días dijo para referirse a mí, "la de la casita". No dijo, mi nieta la que se fue luego de once años a vivir a otra parte. Él también se fue muchas veces a otra parte.

Al principio, cuando la Revolución, se lo llevaron a Texas. Porque el bisabuelo no creía que sus hijos debían morir a balazos ni sus hijas y esposa debieran andarse escondiendo en cuevas, sin bañarse varios días porque los villistas podían oler a las mujeres. En Texas la familia pizcaba algodón y él, de seis años, encontraba su camino de eso que ahora se llama emprendedurismo. Así, chiquito y sin ganas de ir a la escuela con los bolillos se dió cuenta de que los empleados del ferrocarril iban sucios. Y les ofreció ropa limpia por una pequeña suma en centavos. Las mujeres de su casa, después de todo, sabían lavar. Y recorría a caballo la distancia entre los campamentos y la casa llevando la ropa en el primero de los muchos negocios que haría en las siguientes nueve décadas.

Pero no podía estarse quieto. Y ya más crecidito leyó en la prensa que llegaba de San Antonio que el presidente de México organizaba una campaña de repatriación. Que había que volver. Y convenció a la familia de empacar y subirse a los guayines y volverse a ese país que ya no recordaba pero que prometía fortuna. Monterrey le pareció un sueño. El industrialismo en su apogeo. Y anduvo de aquí para allá, aprendiendo, negociando, proyectando. Comprando y vendiendo. Nunca sabremos de cierto todo lo que vio, pero hemos visto muchas de las cosas que soñó. Un día, mientras cenábamos (cuando todavía se cocinaba) me dijo que aprendió a cocinar con un chino en un restaurante que estaba en la calle maldita sea, por qué no puse atención. Yo ví muchas veces cómo partía las cebollas. Seguro se lo aprendió al chino.

A mi abuela le gustaba quejarse de que la trajo como judía errante por todos los sectores residenciales del poniente de Monterrey. Hacía una casa y luego la vendía. Y ahí íbamos, yo y mis muchachitos, a esta casa y a aquella casa. A Las Mitras y a las Cumbres. Aquí no había nada en esa época. Max vendió los primeros terrenos que se fraccionaron, decía en son de queja pero estaba orgullosa. Se conocieron tarde. Él entrando en los cuarenta. Ella en los treinta. Y emprendieron una sociedad cincuentenaria de trabajo y progenie. Ella simpática y amena. Él encantador de pocas palabras. Como si estuviera siempre jugando dominó. Observándolo todo, calculándolo todo. Y de vez en cuando, un comentario agudo aquí y otro allá.

Cuando llegué a Monterrey estaba convencido que yo le abriría las puertas del mercado universitario. En esa época todavía tenía una agencia de viajes. "Ahí organizan muchos viajes, tú me llevas contigo por la mañana- tenía ochenta y cinco años- y yo hablo con los líderes estudiantiles para venderles paquetes. Cuando salgas de clase nos regresamos juntos". Y yo le sacaba la vuelta, yéndome a hurtadillas cada día. "Deja estudiar a la muchacha, Max!!" le advertía mi abuela.

Pero no podía. Tenía que estar haciendo algo. Ganando algo. En sus últimos delirios pedía la chequera, cinco mil pesos, la cartera. Y luego otra vez, una bocanada. Como para darnos tiempo de despedirnos. De acercarnos a la cama y decirle abuelo, está todo bien y acariciarle la cabeza y angustiarnos porque quién sabe si esta será la última. ¿Cómo atestigua uno la muerte de un patriarca? Uno no lo hace.

Uno dice te quiero abuelo y toma el pelo y luego se va a dormir.

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11.28.2008

Thanksgiving

Ayer, a eso de las tres de la tarde me entró una urgencia inexplicable de hornear un pavo, cortar ejotes, apachurrar papas. No sé mucho por qué. En parte por ellos, que se han ido. En parte por la nostalgia de allá. Pero también, no sé. Porque nadie se puede morir cuando uno prepara la cena. Picar los shallots y saberlo, hoy no será. Como para ahuyentar la muerte a fuerza de gratitud y gravy. Para distraerla a la estúpida, entretenerla en torno a un vaso de vino y una rebanada de pie de calabaza. Para que no se lo lleve, todavía.

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10.09.2008

deli

Nunca pensé que llegaría este día:

Ése en el que mi hermanuel, el que se alimentó siempre de cosas que combinan con ketchup o con leche, pidiera "un poco de balsámico" para este sandwich (sandwich que, cabe mencionar, estaba hecho con pan de romano y pesto y relleno de provolone y salames varios). Qué emocionante.

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9.27.2008

iron cast skillet

El sábado pasado compré un acero para hacer paninis. El martes lo curé cuidadosamente y el miércoles lo estrenamos. Anoche otra vez, con el refri repleto de jamones y quesos varios organizóse un alegre torneo de apachurramiento de pan. Salud, salud, bon apetit y ñam ñam a dormir.

Esta mañana, mientras limpiaba en seco la pesadísima cosa esa mi hermano me miró con desconfianza. ¿No lo vas a lavar? Callé un ratito y luego, pues es que fíjate que ni se ensució casi, nadamás tiene unas migajitas por aquí, y un cachito de queso que se hizo chicharrón por acá... Es que además entre más lo lavas más lo tienes que curar! Y se puede oxidar!

Y de ahí toda la armonía doméstica se vino abajo:

¿Esa cosa? Nuestras abuelas, güey, dejaron de usar estas pinches ollas que no tienen teflón y que s-e-o-x-i-d-a-n porque era una monserga cuidarlas y cargarlas. Sólo servían para matar maridos. Pero las odiaban por pesadas y complicadas. Ellas se volvieron modernas y civilizadas para no tener que andar sufriendo innecesariamente y TÚ, cien años después vas a venir a comprar una cosas de esas que ya quedó demostrado que vale madres....

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8.18.2008

risk takers

Fue una movida arriesgada, de acuerdo. No llevarlo al pueblo -a dos semanas de conocernos- a atesiguar una boda fronteriza. No presentárselo a mi mamá("mi novio"), ni dejarlo que acompañara solo a mi papá en el auto. No que viera de primera mano y sin anestesia a la mitad de la parentela. Lo verdaderamente audaz fue pararnos a abrir pista cuando apenas un par de tíos bailaban al compás de una música romántica y anticuada.

De la cumbia, la salsa, la música disco y el reggaetón (sí, también, un poquito) mejor ni hablamos.

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7.29.2008

susto


(para que se den una idea)

Entro a la casa. La casa oscura. Nueve treinta de la noche. Una regadera corre impune y misteriosamente. Tengo miedo. La casa en silencio salvo por el agua que sigue corriendo. ¿Abue? ¿Abueee? ¿ABUEELOO?? Shit. Imagino lo peor. El abuelo responde desde la cascada al fondo de la boca del lobo, como si nada. ¿Qué estás haciendo con la regadera abierta a oscuras???

Ah. Es que cuando entré todavía era de día.

(para que se den una idea)

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7.21.2008

vacaciones

Hace mucho que no estaba tan de vacaciones. Tan sin computadora. Tan en shorts y chanclas. Tan dedos sucios pelando camarón. Tan mamá y papá y hermanos en el auto. Tan sin ganas de volver a trabajar.

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5.14.2008

necedad

La campana suena incesantemente. Quiere algo; está cenando frente a la televisión y seguro quiere algo. Se le pregunta en mayúsculas para que escuche. Pregunta por la mujer. La mujer no está, alguien le pidió que hiciera un mandado. Se queja de la mujer, siempre está yéndose a otro lado. Bueno, tampoco habría que generalizar. Ahora está trayendo un mandado y aquí estamos para lo que el nonagenario quiera. Ya se le olvidó. No recuerda por qué tocaba con insistencia la campana. Esta mujer tan fea, siempre lo deja solo. ¿Alguien sabe la hora que es? Las nueve. Sí. Es la hora de la cena y la medicina. Pregunta por el hijo menor, que vino por la tarde. Estuvo, ciertamente el hijo menor por la tarde. ¿Alguien lo vio? Sí, todos lo vimos, hablamos con él. Cierto, está de visita. ¿Vieron cómo la mujer no está? Pero va a volver. No. A esta hora siempre se marcha, luego de la cena y la medicina. Esta vez no es así, volverá luego de que regrese de la tienda. Mientras tanto, podemos ayudarte con algo, con lo que querías cuando sonaste la campana. Sí,la campana, pero me he olvidado.


No es la necedad lo que desconcierta. Tiene noventaycinco años de ser necio. Pero siempre fue estructurado. Quiero esto y aquello de esta manera y de aquella otra. Molesto. Ahora no. Es la necedad en su más pura expresión. Quiere algo y no sabe lo que es. Triste.

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5.13.2008

architectural digest II

Estamos cenando en silencio hasta que se me escapa un pensamiento en voz alta. El sofá contra tal o cual pared. Mi hermanuel pone cara de interrogación. Empieza a decir algo. Le contesto. Me mira en son de paz. Hong Kong, dice, como quien dice Tarzán. Luego apunta su dedo hacia mí y dice China. Lo miro sin entender. Se explica: La China continental hace lo que la China continental quiere pero permite que Hong Kong conserve su estatus dentro de sus fronteras. Oh. A mí nomás déjame mi cuarto, sis. La cena prosigue en silencio. En dos semanas nos mudamos.

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