11.28.2008

Thanksgiving

Ayer, a eso de las tres de la tarde me entró una urgencia inexplicable de hornear un pavo, cortar ejotes, apachurrar papas. No sé mucho por qué. En parte por ellos, que se han ido. En parte por la nostalgia de allá. Pero también, no sé. Porque nadie se puede morir cuando uno prepara la cena. Picar los shallots y saberlo, hoy no será. Como para ahuyentar la muerte a fuerza de gratitud y gravy. Para distraerla a la estúpida, entretenerla en torno a un vaso de vino y una rebanada de pie de calabaza. Para que no se lo lleve, todavía.

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