11.22.2009

unpacking

Hay muchas cosas que me chocan. Conforme pasa el tiempo (el tiempo, cómo pasa conforme) voy descubriendo más. El volumen de ciertas voces. El mal servicio. Los vasos sucios. Las filas absurdas. Los trámites idiotas. Los platos sucios y las ausencias injustificadas. Las malas palabras dichas en compañía de desconocidos. Ciertos gestos confianzudos y no permitidos.

Deshacer maletas. Hubo un tiempo en que desempacar era una suerte de visita a los baúles de Marco Polo. Uno destapaba el beliz con gozo, deseando que los olores y los sonidos del viaje siguieran todavía ahí. Hace cinco días que le saco la vuelta a las maletas que están tiradas por la casa, deseando que el polvo y las manchas que contienen desaparezcan como por arte de magia. No es así. Entonces suspiro fuerte y voy sacando de a poquito y voy de aquí para allá, recordando que el teléfono y un café, y la computadora y mejor lavar lo que ya saqué. La escritura está un poco así, conspicuamente en medio de la pieza, el blog abandonado y maltrecho y yo que lo esquivo y lo brinco y hago como si no estuviera y poco a poco me voy quedando sin ropa qué ponerme, sin palabras qué ponerme. Y entonces hay que recogerlo todo y ordenarlo pensar que otra vez estamos aquí.

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9.20.2009

domingo

Aterricé ayer. ¿Cuántas veces puede uno aterrizar sin dejar de sentir El Regreso? Mi coche estaba desde hace casi ocho días abandonado en la oficina. Ayer sólo tuve fuerzas de desarmar la maleta y echarme en el sofá a mirar la pared con la nueva adquisición sobre ella. Me queda claro que es imperativo recoger el auto. Shamán me da un ride. Él y su sombrero pasan por mí, las calles húmedas, el olor del viento lo confirman: llueve o ha llovido o está por llover. El estacionamiento, desierto. Mi coche huérfano parece alegrarse de que he recordado volver por él. Modorro y desfajado, el guardia me saluda con la mano y vuelve a recostarse en su banquito. Piso el freno, muevo la palanca, bajo la mirada a la izquierda. Mis Marlboro Catorces Rojos están ahí, casi nuevos. Hace seis días que no fumo. Tal vez sea hora. Ayer murió el hombre al que él le quitó un pedazo de pulmón. El cuerpo tal vez me lo esté pidiendo. Algo me recorre la nariz. Tomo una bocanada de aire. Aprieto los ojos. Los ojos se llenan de agua. Lo detengo. Ni siquiera a solas y enferma puedo hacerlo. Tomo la avenida. Esta es la temperatura adecuada del aire. Me despeina. Un semáforo, dos, tres. Una chica atraviesa la avenida mientras espero. Está toda vestida de rosa y tiene una panza chiquita pegada a la camiseta que hace juego con el pants. Siento como si pudiera tocarla. Una vuelta, dos, la rotonda, el desnivel. El domingo la velocidad no importa. El semáforo junto a las vías del tren no funciona. Que pasen los camiones, pues. El que sigue está en rojo. A mi izquierda dos niños con cara de payaso están sentados contra un poste de luz. El rostro de uno es blanco, el del otro anaranjado. Es una película, digo. Una película triste e incomprendida en la cineteca. Están contando el dinero, incapaces de ver que si ahora mismo se acercaran, que si intentaran lanzar al aire uno o dos o tres de los palitroques que ahora yacen en el zacate y después me miraran a los ojos, les daría todo mi dinero, que tampoco es tanto. Lo reconozco, éste es uno de esos momentos. Olvidar o recordar. ¿Dónde comprarán la pintura para ser payasos de crucero dominical? ¿En qué clase de país vivimos? Pienso en eso mientras atravieso los límites de un municipio y me dirijo a otro. Vuelta, semáforo, vías. Están por terminar de construir el hospital. ¿Podré seguir pasando por aquí cuando lo abran? Seguro que no. Seguro que será un caos el tráfico, los coches, la circulación. Más adelante, en la esquina de Bolivia y el parque lo miro. El paletero de la Dumbo. Creo que es el único que queda en Monterrey. Todos los días lo veo en la tarde parado en esta esquina. Un par de veces me he parado a comprarle, cuando no vienen muchos coches detrás, a nadie le gusta que le piten. No sabía que también, los domingos. Tal vez lo que más me gusta de las paletas Dumbo es el papel encerado con letras rojas y el palito chiquito. Eso y que mi mamá las comía cuando era chica y ella y mis tías todas saben imitar el grito del paletero de hace cuarenta años. El señor Dumbo está sentado en el pasto, leyendo las primeras páginas de un libro gordo de pasta dura. Me da curiosidad. ¿Qué lee el paletero los domingos? Es mi turno. El taxi me cede el paso. Nunca lo sabré.

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4.13.2008

domingo

Es domingo. El fin de semana termina. Si no supiera que el corazón está del lado izquierdo, hace rato que creería que me está dando un infarto. Pero es el brazo derecho el que me duele. Carolina voló a Lima para ir a un casamiento que duraba todo el día. El paciente que había sobrevivido tres años con el 98% del cuerpo quemado murió el viernes. El viernes cumplió 22 mi hermana menor. Mis padres están en China y el canal 22 pasó un programa de chamamé con el chango. El gringo pagó una cuenta de quinientos dólares en el restaurante aquel. Buda lo aprobó. Una chica en el baño quería un cigarro. Esta mañana me faltaron tres pesos cuando fui a comprar todo para los hotcakes. La viejita que estaba atrás de mí en la fila me pagó los tres pesos que me faltaban en el súper porque "si lleva los hotcakes tiene que llevar el tocino, mija". Mi hermano chocó pero yo creí un rato que lo habían levantado. Es domingo. El fin de semana termina. Qué bueno.

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3.17.2008

domingo

Dice que cada media hora cometo una crueldad. Yo me río. Hace calor y estamos caminando en el Barrio Antiguo. Esta mañana lo fui a buscar para que turisteáramos un poco antes de que se marche. Me pidió que lo llevara al Rey del Cabrito y no pude decirle que no. Así que bajo este sol de marzo que se antoja agosto llegamos al templo del kitsch y la carne sabrosa. No había mucha gente, aquí se come tarde, más en domingo. Él come temprano. Él almuerza temprano. Tomamos una mesa con vista a los leones. Mientras llega su paleta y mi filete comparamos notas sobre el uso del maíz en nuestras respectivas civilizaciones pre y post hispánicas. En unas horas su avión lo llevará de vuelta a la capital de mi país y en un par de días más a la del suyo en donde no está por empezar la primavera. Tomamos la calle, esta misma por la que hemos caminado anoche y tomamos una decisión. No al museo, aunque él estaba dispuesto a conceder. Hay una cierta forma que tiene el sol de caer sobre las calles del barrio antiguo que es la forma centenaria que tienen de asolearse los pueblos del noreste. Sin pausa, ni sombra. Así, con las fachadas bien en la orilla de las banquetas, sin posibilidad de un árbol ni un toldo. Entramos a una casa que vende cosas viejas y arte. Por alguna razón nos hablamos en voz baja mientras pasamos los dedos y los ojos por los muebles y los ceniceros llenos de botones antiguos y los libros que no valen nada. Un chico abre una carpeta y dice estas son todas litografías. El tema es Frida Kahlo. Nos callamos y seguimos mirando. El chico se sienta con los brazos cruzados en un sillón en el cuarto del fondo mientras nosotros susurramos y tocamos y no compramos. Cuando salimos digo, era muy difícil no reírse de que el tema fuera Frida Kahlo. Es entonces cuando me reprocha: Eres cruel. Y me río con mi vestido de verano y mis chanclitas de lentejuelas y el cabello recién cortado todo revuelto.

Me gusta este domingo. Me gusta verlo comprar un billete con la efigie de Vallejo y mirarme detrás de sus lentes de marco rojo y plantarme un beso sin razón. Me gusta sentarnos en la banqueta a mirar a los hippies y fumar pegados a la pared y tener calor y saber que el rímel se ha corrido un poquito. Lo arrastro por la calle al Café Infinito pero no son las cinco todavía. Así que nos sentamos a esperar, cada uno de un lado distinto de la calle. Hay que ser una señorita para poder sentarse decorosamente en un zaguán con el vestido y el bolso grande. Sin deslucir. Porque del otro lado ese chico tiene una cámara y la sabe usar. Todo el fin de semana hemos peleado por la cámara. Porque no me gusta. Porque él quiere tomar y tomar y tomar(me). Hoy por fin, con una calle de por medio me siento agusto. Tanto que cuando pasa el del algodón de azúcar me animo y pido uno. El morado porfavor. ¿Cuánto cuesta? Veinticinco. Mis ojos atraviesan la calle ¿me lo compras? Dice que sí pero no suelta la cámara. El señor entiende y se queda a un lado, esperando que yo termine de ser inmortalizada sacándole la envoltura al dulce.

Cuando se abren las ventanas del Infinito cruzo la calle decidida y tomo la mesa de la esquina. Una cerveza para acompañar la nube morada que no termino de comerme. Click click click. Más tarde, cuando las vea, sabré que son las fotos más lindas que me han tomado en mucho tiempo. Mientras tanto escribimos cosas en una servilleta que hace cabotaje entre su pluma y la mía. Él escribe con la zurda. Cuando llega la hora se pone de pie y sale. Yo me quedo un poquito más y cuando estamos juntos afuera le cuento que me he quedado sólo porque el muchachito de pelo largo de junto les explicaba a sus dos acompañantas de chors y piel transparente que Freud esto y Lacan aquello y este libro y los recuerdos implantados. Me mira detrás de los lentes y dictamina: Eres cruel Maztrich.

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11.19.2007

domingo

De pronto te cansaste de la marabunta y la gente y esta que no es tu casa de verdad y te pusiste cualquier cosa. Cualquier cosa, el pinche cuerpo como quiera no es el que te gustarí y los jeans hoy terminaron de romperse y son el tercer par este año y comprar unos nuevos si no tienes dinero para esas cosas. Ir a un concierto. Sola. Pasaste todo el día entre la computadora y la estufa, haciendo hotcakes primero y deseando que el domestic bliss de fresas y café y jugo no fueran tus primos sino él. Él que como sea no siente nada especial por los hotcakes aflojonados de domingo y qué horror el tocino. Mientras asabas la berenjena y qué rico olor decían todos hasta que revelabas berenjena y fruncían la nariz dijiste, voy a ir, qué chingados. Y te pusiste la tishirt de los colores de su equipo y los zapatos más cómodos que encontraste y si te vuelves a mirar al espejo vas a terminar por no ir, que te valga. Juntaste moneditas aquí y allá y una de las tantas niuyorquers que pueblan tus espacios, medio leídas todas, y enfilaste al metro. El metro que te llevaría al fórum a ver un concierto que se te antojaba pero nadie dijo nada y quién si al final nunca ves a nadie enigüei. Subes las escaleras y qué pesadez, para qué salías. Te sientas a esperar. La estación está unusually (qué sabes tú) dark y te quiere dar miedo pero ya es tarde. Te aferras a tu rollito de intelectualidad gringa y esperas. Viene lleno, qué pereza. Te subes, te cuelgas del tubo sin mirar a nadie. Ojalá puedas ver también al Gran Silencio, pero con quién vas a chuntarear, ojalá no tencuentres a nadie. Sin poner atención te bajas una antes, porque la estación así se llama, pero si sabes de antemanon que la otra te deja más cerca, noimporta. Un hippy con un niño venden aretitos y cuentitas bajo el puente. Qué se sentirá ser hijo de hippy y andar con tu papá tendiendo una sábana todos los domingos, acomodando pulseritas, mirando otros niños que van de la mano de sus papás al juego o al concierto o a caminar al parque. Quién sabe quién diseñó este paso petaonal del ancho de una persona gorda, la gente se alenta, hormigas que cruzan la avenida to and fro el gran parque centro arena que congrega a toda esta muchedumbre. Lleve la camiseta de los tigres, treinta pesos. Cigarros, chicles, cacahuaaateeeeesss. Pinche gente lenta que no sabe caminar. Tienes calor, es noviembre y tienes calor aunque no hay sol ni nada. Entras. Bienvenido al fórum, dice la señorita de la cruz roja una y otra vez, pobre señorita boteando para que cuando te atropellen vengan y te suban a lambulancia gratis. Mira mijo, el circo atayde. Quéseso má. El circo atayde. El circo qué. Un circo, un circo muy importante mijo. Pero qué es un circo. Pos el circo atayde. Qué hay en un circo amá. Pos animales y payasos y ¡el circo Rubén! ¿Vamos a ir también ahí? No, vamos a los tigres, ándale que ya van a empezar mijo. Yo camino y pienso pobre Rubén, que lo llevan como papalote a ver a los tigres, arrastrado por la madre a ver a los tigres que cantan y no a los que pasan por el arco de fuego, ¿todavía hacen esos los tigres, en el circo? Cómo saber. Aprieto el paso. Hay gente por todas partes. Por aquí no, por aquí no, pásele de aquel lado. Abra su bolsa, a ver, de acuerdo, pase. Mucha gente. Acaban dempezar los de jaguares, dice un señor de sombrero y botas. Camino, camino, camino. Muchos niños en hombros. Mucha gente. Encuentras un lugar desde el que más o menos se ve la pantalla. Ahí está Saul. Vieeento, detente muchos añoss. Uf. Qué delicia. Suspiras. Tú eres esta música, estas letras. Tú, hace diez, quince años. Tú, un sábado por la mañana, cantando en la regadera del departamento que rentan tus padres que han dejado de ser perfectos. Tú, en el auto de una amiga, dando vueltas y vueltas y hablando y diciendo y soñando. El futuro está tan lejos. Tú, el corazón que te late fuerte fuerte cada vez que escuchas ta ta ta ta ra ta ta ta ta ra ta ta ta ra taaannn y corres a la pantalla y está ahí, en MTv, el ring y afueeeera tú no existes sólo adentro. La gente se entromete entre este momento y tú. La gente que empuja y pisa y pinche gente, para qué vienen. Para qué existen. No te gusta la gente. Te gusta la música y te asomas y abrazas tu bolsa que se aferra a tu cadera. Tu cadera, que ha dejado de gustarte. Estás lejos. Lejos de tu ser caifanero. Lejos de tu cuerpo amado. Lejos de tí. Sola, qué cliché, en medio de toda esta muchedumbre que corea. Los treintones que traen a sus hijitos en carreola y el muchacho aquel con una niña de no más de seis años de la mano, le explica, la niña aplaude, corea ¡corea¡ Qué chido tener una hijita que levante el puño en un concierto de la música con la que creciste. Creciste. Ellos crecieron. Tú a veces no estás segura. Tú te convertiste en otra. Otra, otra, otra, la banda corea. ¿Y si mejor te vas? No, falta la negra tomasa. Tú eres esa negra linda, que me tiene loco. ¿Será que lo tienes loco? ¿y que lo comes, poquito a poco? Son las nueve. Ahorita esta raza sombreruda se va a poner picuda, dice el muchacho de atrás. Mejor nos vamos, no? Van a emepezar los trompos. JaJa. Se ríen. Tú no te puedes reír. Sola no. Otra vez te apachurran. La banda caifanera sale al mismo tiempo que la banda tigresdelnorte entra. Corre. Sal. Huye. Camina, camina, camina. Monedas al señor de la cruz roja, no vaya ser, te atropellen a la salida. Subes, subes, caminas, esquivas, insertas, subes, subes, sientas, esperas. Esperas.

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2.18.2007

domingo

Me gusta ir al monasterio cuando hay sol y silencio. Tengo que manejar mucho, pero me gusta igual. Salvo la amenaza de migraña, no hay nubes en el cielo este que ya parece de primavera. Vuelvo a casa, a comer lasagna recalentada y a poner un poquito de orden. Un poquito nomás y con las patunflas nuevas porque los tacones vintage celestes no me quedan todavía. Mi dedo nuevo no cabe en mis zapatos viejos. Tomar a mi ermanuel y llevarlo a gandhi a buscar el contrato de jj, y toparme con Pamuk y no poder decirle que no. Llegar a casa y abrirlo y desear que fuera domingo desde el principio, otra vez.

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1.23.2006

domingo

El dolor de cabeza va y viene. No se decide a ser migraña. Empieza a bajar por un ojo, como cuando la migraña me quita el ojo con una cuchara y me queda la órbita ciega durante el par de horas que me vuelve su prisionera. Si se decidiera y este dolorcito idiota de cabeza se convirtiera por fin en migraña entonces podríamos ser infelices dos, tres, cuatro horas y después volver a la normalidad. En lugar de eso me paso el domingo dando tumbos en la casa. Tropezándome con el refrigerador y saliendo un momento a respirar y a comprar hummus y aceitunas y assorted nuts y vino tinto porque tengo antojo de vino tinto desde hace varias noches. Lo que quiero es un cigarro, pero hasta ahora voy bien, yo puedo más que el vicio. Hoy es día de fútbol. Entender la pasión. No compartirla, porque a mí no me gusta ver cómo lanzan la pelotita, porque yo no le grito a una caja llena de imágenes que no pueden escucharme, porque yo no dejo de contestar el teléfono a menos que sean los anuncios. Pero lo entiendo. La irracionalidad. El gusto por algo que puede ser perfectamente absurdo para el de la puerta de a un lado. Sentarme cuatro veces a terminar de teclear ahora sí los pendientes. En lugar de eso terminar las manualidades que cuelgan de la ventana y que no terminan de gustarme. Examinar cuidadosamente (en el medio tiempo por supuesto) el agua de la pecera. Sin título (todavía está a prueba, no ha demostrado suficiente compromiso con la vida) bosteza y nada pesadamente de un lado a otro. No nos terminamos de caer bien, Sin título y yo. Quiero fumar. En lugar de eso me sirvo un vaso de vino. Apago el teléfono, quiero terminar los pendientes. Los pendientes se arrastran frente a mí, se rascan la panza, abren el refri por octava ocasión. ¿Cuándo putas voy a terminar?

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