El sábado pasado compré un acero para hacer paninis. El martes lo curé cuidadosamente y el miércoles lo estrenamos. Anoche otra vez, con el refri repleto de jamones y quesos varios organizóse un alegre torneo de apachurramiento de pan. Salud, salud, bon apetit y ñam ñam a dormir.
Esta mañana, mientras limpiaba en seco la pesadísima cosa esa mi hermano me miró con desconfianza. ¿No lo vas a lavar? Callé un ratito y luego,
pues es que fíjate que ni se ensució casi, nadamás tiene unas migajitas por aquí, y un cachito de queso que se hizo chicharrón por acá... Es que además entre más lo lavas más lo tienes que curar! Y se puede oxidar!
Y de ahí toda la armonía doméstica se vino abajo:
¿Esa cosa? Nuestras abuelas,
güey, dejaron de usar estas pinches ollas que no tienen teflón y que s-e-o-x-i-d-a-n porque era una monserga cuidarlas y cargarlas. Sólo servían para matar maridos. Pero las odiaban por pesadas y complicadas. Ellas se volvieron modernas y civilizadas para no tener que andar sufriendo innecesariamente y TÚ, cien años después vas a venir a comprar una cosas de esas que ya quedó demostrado que vale madres....
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