date #1 y #12
Me volví a dormir.
Tres días después recibí un correo electrónico coqueto. Que si no sabía de mi existencia hasta ahora, que si tomábamos café, agua o vino. Que si de tarde, de día o de noche. Luego de un ir y venir de mails y llamadas, quedamos para cenar. Y cenamos en el Neuquén, que cada vez me parece menos lo que antes era, pero todavía me gusta. Hablamos de música y de vinos y de viajes. Hasta que la charla de música llegó a confesiones inesperadas. Y me contó que canta en un coro. En un coro en-la-i-gle-sia. Así que de ahí en delante se vuelve choirboy (o cb). Cuando vuelvo a la casa, el hermanuel me dice lleno de sabiduría: No soy la persona adecuada para decirte esto. Pero lo diré sólo una vez porque alguien tiene que hacerlo: ¿Sí has pensado que una chica, digamos, de mundo como tú, no tiene mucho que ofrecerle a un chico como ese?
Plop.
Este viernes me llamó. Hace casi un mes que no nos vemos, dijo. Y yo la verdad es que necesitaba distraerme. Así que me citó en su casa (desde la última vez que nos vimos se mudó a vivir solo), a una velada de vino con otros amigos suyos. La cosa sonaba más bien fresa. Llegué tarde, tipo once. Llevé un queso caro caro y un pan artesanal. Había tres parejas y cb. Así que yo era la pareja de él. Pero todos estaban casados. Ellas me miraron de arriba abajo y se olvidaron mi nombre inmediatamente. Ellos sólo obedecieron la orden silenciosa de ignorarme. Una hora pasó así. Cb me hacía plática, me sonreía nervioso, rellenaba la copa. Salvo por dos o tres cosas al principio y al final, todo plática boba: Partos bajo el agua, horarios más convenientes para ir a misa, partidos de golf, chismes de gente que no conozco. El queso y yo éramos la cosa más inteligente ahí.
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