5.10.2012

torpe

De pronto el plato estaba sobre tus rodillas. El plato estaba de cabeza sobre tus piernas. Pero sólo hasta que te asustaste y con el manoteo lo hiciste caer al piso. En el piso, contra tu veloz pronóstico, no se rompió. Uno, dos, tres golpes contra el suelo. Un estruendo. Después fumbleas. No hay otro modo de decirlo. Sientes lo mismo que cuando tenías tres, cuatro, once, quince, veintiséis. La necedad de querer arreglarlo cuando ya es demasiado tarde. Hay un par de segundos donde lo adivinas. Te das cuenta que vas a tropezar. Que algo va a quebrarse entre tus manos. Que tu cuerpo tiene segundas y terceras intenciones. Que tus cálculos no han sido correctos. Y caes, tiras, tartamudeas. Te avergüenzas en las mejillas pero nadie se da cuenta. Te alegras de que suceda de día, cuando sólo has tomado café. Que haya testigos de que eres así todo el tiempo. Te sacas la mugre - aquí no te das en la madre, te sacas la mugre- contra una mesa, un muro, una banqueta. Sigues usando minifalda hasta que alguien te pregunta qué cosa es eso en aquella rodilla. Una interrupción de la elegancia, dices. Un síntoma de que tienes el cuerpo mal armado.