2.16.2011

ustedes y nosotros

Y la mayor muestra de afecto que recibí en muchos dìas, la màs espontánea fue el abrazo de mi nueva sastre. Todos los días paso frente a su puerta. Todos los días hago una nota mental de los asuntos domésticos que no alcanzo a resolver porque para eso se requiere tiempo. Hoy ha sido diferente. Hoy he traído junto con los textos corregidos y el café y mi torpeza una falda. Toco la puerta, me presento, indico lo que se requiere. Rápido, preciso, claro. Mi abuela estaría orgullosa. Hablo del bies, del zurcido, de la forma correcta que debe tener el forro. La sastre parece complacida de que estemos dialogando en un idioma parecido. Después de un rato, cuando estoy por marcharme, titubea y pregunta ¿pero usted no es de aquí, no señorita?

Es normal. Me pasa en casi todos los mostradores. En casi todos los asientos traseros. Una mezcla de curiosidad y alguna otra cosa que no sé cómo llamar.

Le digo que no, que no soy de aquí. Deletreo el nombre de mi país, que, no le digo, se está yendo al carajo si le creo a la prensa y a las redes sociales. Entonces, ella da un brinco que me pesca por sorpresa. Y me ataca con un abrazo, los dos brazos extendidos. Sin preguntar.  Un gesto tan heartfelt, tan genuino, que no pude hacer otra cosa que rendirme y aceptarlo.

¡Bienvenida a nuestro país! me dijo, ¡bienvenida! No sé qué cara puse porque luego agregó: ¡Es que somos iguales! Ustedes y nosotros!