6.12.2007

partiendo

Hoy dejamos Posadas. Fuimos un rato al centro. Compré un regalo para mi papá. Un cuchillo de esos que, supongo, usan los gauchos. Él se muestra reticente. ¿De verdad queremos que tu papá tenga un arma? Y bueno, así por lo menos morirías a cuchillo entrerriano. Intento comprarme un helado de quinoto y whiskey. Sólo acá se encuentran, seguro. Al final resulta de limón, bu. Caminamos por última vez en la plaza. Empacamos. Los amigos vienen y llaman todo el día. Su madre sacó algunas cosas para que vea. Fotos, cartitas. Que lo conozca desde chico. Siento feo de irnos. Peleamos al subir a un taxi. Tomamos fotos. Todavía me siento medio descompuesta pero ya no sé si es de verdad o es otra cosa. A las ocho treinta abordaremos el Vía Bariloche en donde tomaremos vino, degustaremos cena fría, cena caliente. Tomaremos champán (y pediremos segundas), miraremos una película tonta y dormitaremos un poco mientras volvemos al frío porteño. Dejaremos Posadas atrás. Dejaremos atrás la tierra colorada y los campos de té y la Avenida Gobernador Roca y sus amigos y el celular prestado y el perrazo ese que quién sabe si estará la próxima vez y la moto del hermariano y el sobrino primogénito que viene en camino y el croto que sí, es más grande que el de mi mamá, y sus amigos que juegan al pádel y lo extrañan y me dicen cosas lindas y me hacen reír y pagüer y la costanera y la placita y las cajas con recortes de su infancia y la facultad donde empezó a convertirse en, y la iglesia donde, y el shoping y el ferry al que no logré subir y Encarnación tan lejos y tan cerca y el chipero en la plaza y mate a todas horas y un columpio donde vuelvo a ser niña y la terraza con su madre que teje y su padre que fuma. Los abrazo fuerte. Me aguanto. No, no me aguanto. Quiero decirles que gracias. Que nos volveremos a ver. No estoy segura. Tomamos fotos. Su mamá me lo dice al oído. Vas a volver, sólo tienes que. Un secreto, una recomendación, una esperanza.

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