6.10.2007

campeonato


Despertar tarde el domingo, después de Power y el incidente y todo eso resulta medio avergonzante. Porque acá el asado dominical es temprano. Un poco como cuando llegaban a la casa con el menudo y yo, desvelada un día antes, y el ruido y levantarse y ser nice y hacer lo que mi mamá me dijo que hiciera. Damn it. Para cuando acuerdo soy la última en sumarme, qué pena. La concuña trajo algo, hizo algo, preparó algo. El suegro es el jefe del asado, though. Huele bien, el sol entra por la terraza. Me acomido. Tomamos fotos. Que pose ahí, junto al croto de mi suegra. Que pose ahí, junto al croto de mi suegra para que mi mamá vea que es más grande que el que tenemos en la casa. Ah no. A nosotros nadie nos dijo que íbamos a tener una competencia. En realidad, la compentencia es otra. Hoy se decide el campeonato. En la mesa, entre el chorizo de pollo (qué bueno que es) y la mayoliva (¿por qué no hay en México) y las batatas (que no sepa mi mamá que ahora sí me gusta el camote) y la yuca (siempre se me olvida cómo le dicen acá) y la tarta con manzana (¿me pueden dar la receta por favor?) se habla del futbol. Estamos a punto de ser campeones, aunque hoy no sea la última fecha.

Es un día importante y me visto para la ocasión. Acá el fútbol no es como allá, me explica su mamá, porque algo que siempre me gusta que dicen en la tele los jugadores de acá que van ashá es que ashá la afición es muy civilizada, acá es otra cosa, la gente hace quilombos y bueh. Después de la siesta nos vestimos y buscamos el lugar adecuado. Caminando por Bolívar me asomo a los bares y sugiero ¿ahí? Sólo hay cuatro personas, dos señores y dos chicos, todos cuervos. De aquí somos, dije yo, y entramos. Pedimos una picada, nos acomodamos. Pronto el lugar está lleno, y todos son correligionarios. La espera. La emoción. Los gritos y los cantitos. Y después. Después.

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