6.08.2007

cataratas

Después del borroso juego de Boca (parece que Macri mandó poner la bruma para asegurar la victoria - la de su equipo, pero también-) vamos chez los suegros a recoger la mochila que nos acompañará a Iguazú. La empacada suele ser un tema espinoso de nuestra vida viajera. A él no le parece que yo he simplificado suficiente mis requisitos maletísticos. A mí me parece que hay cosas que son indispensables. Una camiseta extra, estamos de acuerdo. El moleskine, O-KEI. La ipod no. Los potinques, por ejemplo. La guerra contra los potinques nunca termina. Los dos suspiramos pesadamente, metemos, sacamos. Sería más fácil si cada quien lleva lo suyo, sugiero, y me parece que no me entiende bien. Es como si hubiera sugerido que vayamos por separado a Iguazú. Como si hacer maletas diferentes fuera el primer paso del divorcio inminente. El camión (y digo camión sólo porque si no me lleva el lipgloss me niego a abordar cualquier palabra sudamericana, incluida colectivo) sale a la una y algo de la madrugada. Viajaremos toda la madrugada y estaremos tempranito en Iguazú, justito en las tres fronteras.

El trayecto tiene poca onda porque no logro dormir mucho y el camión no tiene los ammenities a los que, con una sola experiencia en Vía Bariloche ahora estoy acostumbrada. En todo caso somos depositados en la terminal cuando hace poco que ha amanecido. Mi crankiness se va tan pronto como encontramos café y mediaslunas. Ir al bagnio es toda una odisea. Hay que subir escaleras, atravesar cafetería, bajar escaleras, abrir compuerta, etcétera. Y luego igual pero de regreso y sin tanta prisa.

Compramos los pasajes y nos sumamos a los europeos y gringos que también vienen a ver las cataratas. Nos detenemos varias veces en el camino al parque a recoger a los empleados que también van para allá.O sea que vamos a buena hora, supongo. A la entrada ugh, otra vez la discriminación boletística. Él paga 6 y yo 30, sunescándalounabuso. No hay multitudes. Las indígenas apenas están extendiendo los tapetes en los que pondrán sus collares de semillas y los tapires tallados. Un guía nos sale al paso y nos ofrece tomar el gomón*. El bolsillo duda un poco pero al final nos animamos. Abordamos un vehículo verde oscuro en el que nos explican sobre la flora y la fauna. Lo de los palmitos (qué ricos que son los palmitos) no lo sabía. Es una lástima. Llegamos al lugar indicado. Nos entregan unas bolsotas de plástico grueso y nos indican que es preciso quitarse los zapatos. Ah bueno, así que seguro le entrará un poco de agua al gomón (él insiste todavía hoy que no era un gomón) (pero el guía dijo gomón!) (pero no era! ) (pero el que lo manejaba así dijo!) (y, lo dijo mal, qué querés) (pero él lo iba manejando!).

Lo que sigue después sólo puede describirse con una palabra: exhilarating. Nunca había sentido eso.

(cont)

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