6.09.2007

sábado de incidente

Tomamos la ruta rumbo a Oberá, a visitar a L, la amiga de el novio y a M, otro amigo. El paisaje es muy lindo, con muchos plantíos de te. También vemos un cacho que es como se supone que debería ser, con vacas pastando "y eso". En el camino vemos un anuncio qu me hace exclamar de antojo. Él me mira desde el volante: ¿qué rico qué cosa? Eso, la Picada Polaca. Se ríe. Se ríe mucho de mí. Es un camino, no un platito de botana. Ufa, y yo que apenas le estoy agarrando la onda a este idioma. Llegamos a nuestro destino y pasamos por el Parque de las Colectividades, una suerte de espacio en donde los diferentes grupos de inmigrantes tienen casas y restaurantes y ensayan bailes y cantos. En Oberá nos pasamos la tarde viendo álbums de fotos (yo) y rememorando (ellos). Es como que me llevaron de tour por el interior, a que diversas autoridades amistorias me otorguen el visto bueno. Yo por lo pronto me siento, como chipas, tomo mate si es con azúcar, claro, me río, explico lo que hago, halago, etcétera.

De regreso a la capital de Misiones, nos arreglamos para nuestro último sábado de fiesta. Primero vamos al boliche. No, no al boliche argentino sino al mexicano. A los bolos. El lugar es pequeño y, oh sorpresa, no sólo el puntaje se computa a lápiz sino que los pinos son cambiados ma-nual-men-te. Nunca había visto esto en persona. Pedimos unos nachos y tomamos ¿qué era que tomamos? No lo sé, pero la música estaba buena y la compañía también y mi racha estuvo muy muuy mala. Tantos domingos que pasamos en el Bolerama local o, incluso en las mejores épocas, en aquel boliche del Valle de Texas al que nos llevaban mis papás cuando éramos chicos. Nos despedimos de los amigos y nos dirigimos a probar suerte a Power. EL lugar de acá, de Posadas.

Pagamos cover, entramos. Anuncio early on que tenemos que bailar cumbia hoy sí. Sí, sí, dice él y me jala la mano y nos dirigimos a la terraza loungy. El heredero, creo que se llama esta área donde tomamos una hamaca y plantamos la cubeta con el champagne. No deja de impresionarme lo barato que es todo. Mientras la hamaca se balancea hacemos un recuento del viaje que ya va por la mitad. Todo bien, parece ser el veredicto. Brindamos. Qué ricura. Al rato decidimos que hay que bailar. Transicionamos al área donde estuvimos la semana pasada, ése de musica brasilera. Finalmente, cuando sólo nos queda una copa - de plástico por favor, pero flauta como dicta la etiqueta etílica-, nos dirigimos a una de las siete pistas de Pagüer. A bailaarrrrr. Y entonces. Entonces sucede lo que el parte indica, que yo no lo recuerdo: La sujeta transitaba guapachosa y rítmicamente, copaenmano hacia la pista de baile cuando otra transeúnte, que circulaba en dirección opuesta, colisionó aparatosamente con la danzante potencial. Un testigo indica: Fue como cuando mataron a Kennedy, se puso la mano en la cara, guaaah, el champán salió volando fuuuu por los aires y esta que se tapaba un ojo insistentemente y la pobre mina recogiendo los pedazos de la copa de la pista. Porque se hizo pedazos la copa, eh. En retrospectiva no entiendo para qué me ofrecía los cachitos de plástico, si lo verdaderamente importante era el champagne o bueno, el posible ojo que se me hubiera podido salir.

Para cuando el incidente se disipa ya no queda mucha cumbia. Reguetoneamos un rato, sambeamos otro poco. Nada de alcohol. De regreso al auto, un tropezón. Otro. A pesar de todos estos meses juntos no tenemos mucha experiencia en caminata compartida. Él no sabe. No entiende que no tienen nada qué ver los tacones, ni el alcohol, porfavor, qué clase de persona cree que soy. Nadamás medio torpe, es todo.

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