6.04.2007

san ignacio miní

Llegamos a San Ignacio bajo un sol espectacular. Caminata breve hasta la entrada. Acá la discriminación al turista es oficial, legal e institucional. Yo no sé si la UNESCO está al tanto, pero pago más que él por ser extranjera, pero menos que el resto de los extranjeros por ser Latinoamérica No-MERCOSUR. Él trata de convencerme de que en su odisea por el sur de México y Centroamérica sufrió igual. Pero a él le vieron la cara nomás, insisto. Ser incauto y rubio entre camioneros ladrones no es lo mismo. Tomamos nuestras entradas diferenciadas y entramos a las ruinas de San Ignacio Miní. No puedo evitar pensar en Jeremy Irons, Robert DeNiro, Liam Neeson et al. En el nuevo Centro de Interpretación escuchamos a los guaraníEs contar historias del inicio del mundo. No hay casi nadie. Todo es verde, verde verde. Hay apepúes tirados por todas partes. Compartimos uno and we pucker. Es difícil imaginar esto con vida, tanto silencio y tanta destrucción. Los indios, en la plaza desierta, acudiendo al llamado de los jesuitas. Los jesuitas, trajinando en la cocina, leyendo, cantando. Los indios, aprendiendo a ser de otra manera. Europa tan lejos. Todo tan lejos, todavía hoy.Quiero acostarme sobre el pasto, cerrar un poco los ojos. No podemos. En medio, adentro de un árbol centenario, un pilar. Corazón de piedra. La naturaleza que poco a poco se fue comiendo las paredes. Verde espléndido que triunfa sobre roca.

Afuera hay artesanos, turistas, niños que quieren regalarnos piedras que después nos cobrarán. ¿Qué sigue? Sigue la Casa de Horacio Quiroga y sigue también el mirador del Yabebirí. Qué difícil el guaraní. Ahora me siento extranjera. Ahora empatizo con las dificultades que suponen nuestros autlas e ixcas para los de afueras. Tenemos hambre. Vamos a Lo de Lenguaza, donde tomamos una mesita que resulta ser de promoción. A Don Lenguaza no le simpatiza tener que atendernos en la orilla del camino, pero la milanesa y la pasta casera igual son deliciosas al sol. Acá la cocacola es distinta. Tiene más gas. Se (la) puede tomar de la botella sin empalagar. Me gusta, me gusta volver a tomar cocacola después de tantos años de tenerla desterrada. Me parece que así era antes, cuando me gustaba, cuando no era tan agringada (la cocacola, no yo). Giggleamos mientras vemos a los comensales que se despiden tratar de venderle a Don Lenguaza unas horrendas lámparas con forma de delfines. Retomamos el camino. Se ha hecho tarde. Durante la breve crisis por la supuesta pérdida de la cámara, el vago del pueblo nos saca unos pesos. "Es que tengo un gurí enfermo". Los de la mueblería que toman mate en sus mecedoras se ríen de nosotros, que seguramente acabamos de procurarle una caña al viejo. Sólo puedo imaginarme lo que dicen de nosotros, pobres turistas inocentes. El tiempo, el estúpido tiempo se interpone y tenemos que dejar la visita a Don Horacio para otra vuelta ¿será que tendremos otra vuelta?. Enfilamos derecho al mirador. El camino es eterno. El camino es rojo y accidentado. Acá tampoco hay nadie salvo uno que otro caminante que nos cruza y nos saluda con la mano. ¿Dónde está toda la gente? Acá no. Acá sólo el arroyo y la vista a Paraguay. Tan cerca, la otra orilla, tan ahí nomás y yo que no puedo cruzar pero todavía no lo sé.

CORRECTION: In a post titled "san ignacio miní" published in Yo y Punto on June 4th, La Maztrich referred to an undisclosed source as "incauto y rubio". The undisclosed source points out that he was always aware that he was being ripped off. La Maztrich apologizes for her liberal and literary use of the word "incauto" and promises from now on to be as accurate as possible on her depiction of the undisclosed source.

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