1.07.2008

Miss G

Hace un rato me llamó desde Dallas, su vuelo retrasado como suele suceder con AA. Miss Guatemala, que vuelve a New York. Tiene tiempo de sobra y me ofrece su hombro sin saber de qué se trata. Así es la amistad, aunque sea de larga distancia. Intuición. Cierro la puerta y respiro hondo. Ella sí tiene que saberlo. Me conoce bien, de antes y de después. Fue ella quien me llevó ahí la primera vez. Ella estuvo también ahí hasta el último swipe de la metrocard. Y en cada uno de mis peregrinares estuvo. Callada, hospitalaria, amable. Así que se lo debo. Contarle. Es la primera vez que lo digo así. Cierro los ojos y me la imagino sentada en alguna sala de espera, rodeada de viajantes impacientes. Elijo con cuidado las palabras. Me doy cuenta de que no sé cómo explicar. Entonces se echa a llorar. Ella. No yo. Yo quiero terminar de reportar, de explicar que estoy bien, que todo va a pasar. Pero me conmueven sus lágrimas distantes y aeropuertísticas. Me conmueve su llanto solidario. Entonces me pongo yo también a llorar por primera vez desde diciembre 29. Lloramos como si estuviéramos en Prince Street sentadas en mi sillón azul, con el abandono del que sabe que nadie lo mira. Lloramos una promesa, una ciudad y una noche de semáforos en rojo. Lloramos el angst y las millas y los planes. Lloramos a Latinoamérica y a Maztrich Bradshaw. Lloramos uptown. Lloramos, vos. Sí, lloramos y su cariño me libera, me quita un peso de encima. Después me dice cosas que sólo el amor puede inspirar. Gracias Miss G. No tengas pena, chula.