1.04.2008

coming of age

Ayer fue, me parece, la primera vez que me quedé sin gasolina. No estoy completamente segura. Hace doce años que manejo. Procuro tener siempre el combustible que mi cartera y mis afanes expedicionistas requieren. Ayer volví por fin. El auto se había quedado invernando en la cochera dos semanas. Fue difícil reconocerlo debajo del mugrero que habían hecho los pájaros en mi ausencia. Así que fuimos a lavarlo. Había fila. Se tardaron. El foquito encendió. Avanzamos, empezaron a secarlo. De pronto, el foquito otra vez. Me puse nerviosa. ¿Cuánto tenía cuando me fui? ¿Y si lo apago? ¿Pero no era que gasta más al prender de nuevo? El muchacho del trapo me indica que avance. As if on cue, mi corcel lanza un ruidito y muere. Aysh. A lo mejor si intento otra vez. Noup. El muchacho me mira. Levanto los hombros. No hay caso. No prende. Me avergüenzo porque, supongo, ahora vendrá el ejército de limpiacoches a empujar mi auto, ayudarme a ponerle gasolina, ganarse una propina. En lugar de eso mueven al resto de los autos que esperan su turno a otro carril y me dicen que tranquila, que no hay prisa. ¿No hay prisa para ayudarme? No, no hay prisa para que yo resuelva mi problema. El problema, obviamente es mío. Ah, pero que no panda el cúnico, somos derechohabientes de Rescatel Plus. Marco. No contestan. Vuelvo a marcar. Mi madre hasta ahora callaba. Mi madre que se vino a acompañarme unos días (lately todo mundo quiere acompañarme, estar conmigo) y que no había dicho nada hasta ahora sugiere, ¿y si mejor vas por gasolina? Gaspeo poquito. ¿Y se la pongo yo? Pues sí, ¿no? Este...Titubeo tres segundos pero desde donde estoy alcanzo a ver el anuncio de Pemex a dos cuadras. Tomo la cartera, el celular, valor. ¿Tú me esperas aquí? Asiente y no se mueve más. This is my show. Yo estoy a cargo. Respiro hondo, sumo la panza, cruzo la calle, la otra calle, la avenida. Disculpe, ¿me puede vender gasolina suelta porque me quedé tirada? Sí claro señito. ¿Tendrá una yoga (spanglish: bidón)? En Monterrey no saben, se me olvida. Un galón para ponerla. Nooo, pero ire, vaya aquí nomás al súper y cómprese una Big Cola pero de la bien bien grande y la vacía y aquí me la trae. ¿Y usted tendrá también una manguera y un embudo? Usté nomás tráigase la botella y aquí vemos. Compro el refresco. Le pido al empleado que lo vacíe. Me empieza a obedecer. La otra chica detrás del mostrador es más lista. Saca un par de vasos y rescata la que puede. Mientras el señor Pemex llena el bote de la Big Cola y empiezo a sudar. Recuerdo a mi papá alguna vez aspirando de una manguera, un embudo, el contratiempo es borroso en mi memoria. ¿Iré a poder? No hay embudo, pero me prestan el pico de una botella de aceite. Atravieso la calle y me hago cocowash. No debe ser tan complicado. Mi mamá me mira con la bolsa del súper y se imagina lo peor: que traje refresco y golosinas para esperar a Rescatel. Cree que hice trampa. Pero no. Me arremango un poquito el suéter, me quito la pulsera nueva. Los lavacoches intercambian risitas pero no se acercan. No importa. Abro el tanque, quito la tapa. Acomodo el embudo improvisado con la izquierda. Con el brazo derecho sostengo la botellota, que descansa en mi cadera. Mano izquierda, desenrosco tapa de bigcola. Es gasolina. Peligro. Nah. Glu, glu, glu, glu. A un lavacoche le remuerde la conciencia y me ofrece un embudo. Lo miro, sonrío dulcemente, gracias pero ya está. El liquidito rosa termina de salir. Busco un bote, tiro el recipiente. Enciendo el auto, funciona. Y me sentí así, pero con menos bronca que entonces. Me sentí perfecta. Serena. Successful. Soy grande. Crecí. Que se me ponche ahora una llanta, no le hace. Yo puedo.

1 Comments:

Blogger blancavg ha dicho...

Si!
No hay comentario que pueda expresar mejor lo de ésta imagen:
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12:29 p.m.  

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