5.26.2007

mayo 26

Llegué a Buenos Aires en medio de una ovación dominical. Resúltase que los argentinos aplauden cuando el avión aterriza. Un papelón, anota la prensa local, sho pongo los puntos en su lugar y a mí quién me aplaudió, loco? (Alguien más: Aaaah, buueeeeeno, aterrizóóóó). Menos de dos horas después del aterrizaje aplaudoso, me encuentro rumbo a la cancha. Vamos al nuevo gasómetro en donde juega SLo. Hace frío y a mí no me previnieron. Nos acomodamos en la última fila de la platea sur, a reventar el lugar. Dos filas más adelante hay una silla vacía junto a un anciano. Un señor me pregunta si el asiento junto al mío está ocupado. Sí, mi novio fue a buscarme un pancho y una coca. (Antes: ¿no me puedes mejor traer una cheve? Acá no hay en diez cuadras a la redonda desde hace dos horas y hasta dentro de dos más. Bu.) Y ¿ashá delante, habrá alguien? Y no, parece que no. El señor voltea a ver a un niño que no tiene más de siete años. Che, dale, sentate ahí nomás, que sho me quedo acá. El niño no quiere. Bolú, sentate ahí, con el abuelito, daaale. El abuelito aparentemente no es el suyo pero eso no importa. El pancho tiene papitas, qué delicia. Además ganamos. En el bondi, de regreso, la hinchada sigue festejando. Que no decaiga, che, y cantan y cantan y cantan. Cantan y brincan tanto que me contagian.

Etiquetas: ,

1 Comments:

Blogger Guillermina ha dicho...

Es que podrías no haber aterrizado nunca, por lo de los radares, ¿viste? En una de esas te chocabas con un avión en alguna 9 de julio aérea. Es que esto es la Argentina.

6:55 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home