9.01.2006

the devil wears prada

Hoy estuve dos veces ahí. Qué raro se siente.

La primera, vicariamente, acompañándolo a hacer los mismos trámites que yo hice hace dos años. Decirle subí (sí, así nos entendemos mejor) al octavo, buscá (insisto, para que lo encuentre) el libro que dejé en el locker. Cerrar los ojos y ver el mármol blanco y negro y poner los dedos en el bronce gastado de los pasamanos de las escaleras y ver el cartel del circulation desk is closed con los números movibles. Callarme el grafitti del edificio de educación al que ahora va a imprimir las lecturas y parpadear un poquito y pedirle que se pare en west 3rd y broadway y mire los autos que bajan y la puntita del chrysler y llorar un poquito nadamás.

La segunda, en tantos niveles. Con M y E, cada uno al extremo de una vida que se extiende en dos ciudades, dos sueños, dos vidas. Mirar la pantallota y morderme casi la lengua porque, ésa, ésa ésa es mi estación, la verde, una cuadrita de mi casa nomás. Mi casa y tener que morderme la lengua de veras. Adivinarla desde las paredes negras y brillosas de la entrada noroeste y bajar otra vez de a dos los escalones, con la música pegada a los oídos y la bolsa y la bufanda y quién sabe qué me depara hoy. Tocarlo todo, sin respirar, no vaya a ser que se desplomen los naipes del recuerdo que ahora me parecen tan inconmovibles pero que en cualquiermomento, obviamente. Palpar la noche que se escurre sobre el cobblestone de mis calles habituales y saber sin que lo muestren que del otro lado, enfrente, justo al doblar la esquina. Poseer algo, una calle, el letrero verde, un vidrio, el número de un edificio. En el deseo al menos.

Hoy estuve dos veces ahí. El demonio de mis recuerdos. Es posible que vista prada.

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