6.08.2005

sucia

Estoy sucia. Hoy no desayuné. Sucia y cansada. Comí cualquier cosa. Pasé dos horas en el metro para recorrer cien cuadras de ida y otras ciento y cacho de regreso. Me subí al F, al 1 express, al 1 local. De regreso igual, al 1 local, al N pero era express, me bajé, al R. Seis trenes. ¿Cuánta gente era? No lo sé. La casa (please note "la casa" in lieu of "el departamento") está desordenada. Mañana llegan mis inquilinos. El inquilino y su señora que viene a dejarlo bien instalado. Aquí uno se instala en dos segundos, faltaba más. ¿Cómo se le hace para no sentir vergüenza ante el privilegio propio? Nunca pensé que yo vendría acá a esto. A conocer el México de afuera. No México desde afuera. El México que vive en cachitos acá. El que dice nombre güey con la cachucha volteada mientras empuja una bicicleta luego de que el policía lo ha multado. El México que nació en Chicago y que nunca ha cruzado la frontera de regreso. El de los que se saborean unos tamales que allá no hay. El de los jóvenes estos que ya hablan con acento, que se vinieron hace catorce de sus veintinueve años. No son como los de la frontera, por supuesto. Aquí no hay pochos ni tex-mex. Aquí el fenómeno es otro. Los voy encontrando poco a poco, los descubro en las calles y en las tiendas pero ahora también en mis ocupaciones. Me voy llenando de ellos, del país que a veces no terminan de recordar pero que les da el nombre. Algunos dicen Mécsico, pero saben que es mentira. La primera pregunta es ¿cuándo llegaste? Invariablemente, lo he notado. Como para asomarse en los ojos del otro y lamer el cachito de México que todavía traen pegado en el recuerdo. ¿Apenas seis meses? Y se te acercan a ver si hueles a jícama con chile, a voltearte la suela del zapato para recoger un cachito de pasado. Estoy sucia. La casa está desordenada. Tengo hambre.