6.06.2005

San Antonio

Los italianos aprovechan cualquier oportunidad para reivindicar su calle, su barrio. Yo esperaba atestiguar esto hasta que fueran las fiestas de San Genaro, en agosto, pero este año decidieron que la fiesta de San Antonio era buen momento para recordarles a los orientales con sus casas de masaje y a los chinos con sus tiendas de chucherías baratas de quién es la calle. Por eso han cerrado Mulberry desde Canal hasta Spring, pensaba mientras caminaba anoche por entre el gentío dominical, para demostrarles a los ojos rasgados que estas todavía son las calles de Little Italy, con los jamones colgando en las ventanas y los carritos de gelatto en la banqueta y las matronas de piernas colosales sentadas en los portales. Los turistas no se dan cuenta y se sientan en las terrazas de los restaurantes cada vez más falsos, sintiéndose elegantes porque un mesero hondureño con tuxedo prestado les sirve diligentemente platos que han debido ser atemperados a los gustos de estos viajantes de pizza americana y lasagna refrigerada. Hace calor y me detengo a comprar un helado mientras una rubia de carnes casi tan abundantes como las pulseras que forran sus brazos se acerca a ofrecerme una miradita al futuro. No, thank you, mientras termino de pagar; la rubia ofrece una prueba de su sabidría: Segura que no te interesa, linda? Porque hablas español, verdad? Le sonrío sin darle la razón, al fin que si es adivina, ya sabe. Un negro pasa y le grita algo sobre Jesucristo y la cruz, la adivina lo manda a la iglesia y yo prosigo mi excursión. Un hombre que sería hermoso si no fuera por el peinado y la camisa abierta dos botones demasiado y las tres cadenas de oro me mira a los ojos y me indica que estoy estorbando. La banda de música acaba de empezar a tocar, San Antonio ya se va a dormir. Con reverencia me hago a un lado y lo dejo pasar, sobre los hombros de los italianos viejos, de la cara cansada y los hombros mediterráneos. Los de la mirada fija al otro lado del Atlántico. En eso estoy cuando Hey, Hey!! Gorgeous! You wanna marry me? Me lo dice a mí. Un hombre con ojos de avellana brillante, cuello tostado, piel curtida se me acerca tanto que tengo que rescatar el helado de su rostro y su insólita petición y terminármelo pronto. Con el gelatto en la boca tampoco tengo que responderle. Ay San Antonio, el casamentero, el que las muchachas ponen de cabeza para que les consigas novio. Tampoco tenías que hacerlo así, tan al aventón.