5.06.2005

chillona

Ayer se me fue la mañana en llorar como magdalena. Horrible, a moco tendido. Como si hubiera un muerto tendido, diría mi mamá. Después se me secó el cerebro y me fui a la escuela a leer un rato. Cuando ya me iba me encontré a unas compañeritas y me obligué a socializar. Fuimos un ratito a un lugar de cervezas y después mejor las convencí de que fuéramos a comernos una de mis hamburguesas favoritas. Qué cosa tan deliciosa, soul food. Después, cuando llegamos frente a mi edificio me dio la impresión de que querían pasar. Yo no quería que pasaran. Estaba cansada, harta. Me esperé a que les diera suficiente frío como para que se despidieran ellos primero. Luego subí y me puse a ver una película. Mentira, antes me habló mi mamá, quiero que venga pronto. Después sí puse The Notebook. Otra vez me puse a llorar como idiota. Porque estaban viejitos, porque se querían, porque a ella se le olvidó. Me puse a llorar porque yo ya no corro a los brazos de un hombre que quiere que tengamos un casa. Me puse a llorar porque me acordé de cuando queríamos tener cuatro bebés y una casa con muebles rústicos. Me puse a llorar porque me acordé que esta ciudad es una promesa que no se cumplió. Me puse a llorar porque mi roommate estaba dormido y yo no. Me puse a llorar porque tenía tarea sin terminar y estaba viendo una película.Me puse a llorar porque era de noche y ya estábamos en mayo y, y, y,

Luego me dí cuenta que soy muy predecible. Que mi estúpido cuerpo funciona como un reloj y me hace llorar aunque yo no quiera. Que de esto no me voy a morir. Y que si ultimadamente me muero sólo es cuestión de asegurarme que ocurra de tal manera que me quede sangrando profusamente sobre el piso de la cocina para que lleguen los vecinos y me rescaten.

Etiquetas: