9.24.2004

Desconocidos.

Qué agradables son los desconocidos. Les pregunta uno una cosa y responden amablemente, sonríen, coquetean. Se equivoca uno de lugar y hasta le consiguen la dirección, prestan el teléfono, explican, entregan su tarjeta.

No era guapo, pero sí agradable. Ojos bonitos. Look padre. Me trató como si yo fuera amiga de su hermana, o como, no sé, bien pues. Me explicó que en su negocio no hacen esas cosas, pero que conoce a alguien que sí. Me pasa, me sienta, me ofrece un café casi casi mientras él hace las llamadas pertinentes. Le pide al experto que por favor vea mi caso, le dice que yo soy su cliente sin ser cierto. Me sonríe con complicidad cuando dice esta mentira. Ahora hay algo entre nosotros.

Lo mejor de todo es que luego uno se marcha con una sonrisa, con el corazón lleno de amabilidad y no los vuelve a ver. No se entera uno de sus defectos ni de sus manías ni de su pasado ni de sus planes. No hay que soportarlos borrachos, ni acordarse de sus cumpleaños ni decirles cosas bonitas cuando se sienten mal. Nadamás se los encuentra uno, le alegran el día, le resuelven el problema, y basta. Hasta ahí.

Me gustan los desconocidos.Debería de haber más.