8.12.2004

Fin de una era.

Escucho Pulp para escribir estas palabras. No siempre escribo y escucho música. Antes nunca lo hacía. Antes. Cuando todavía no era esta de ahora. Cuando todavía no nos conocíamos. Cuando todavía yo no sabía - ¿quién lo sabía?- lo que estaba por ocurrir. En los próximos días serán dos años. Muchas veces visitamos ese día en que coincidimos. Muchas veces discutimos sobre si era casualidad o causalidad. Todavía no lo sé, y francamente no me importa. Tampoco me interesa lo que sucedió o no. Me importa lo que me queda. "Nos conocimos cuando éramos catedráticos, en un círculo académico", bromeábamos. Reímos mucho juntos. Un sábado por la mañana me pidió un ride al salir del curso que ambos tomábamos como requisito para impartir una clase de preparatoria. Yo no sabía su nombre y él sólo conocía el mío que aparece en las identificaciones pero que no es el que en realidad me identifica. Poco después me convertí en la Maztrich. A él se lo debo. No quiero aquí retocar las cosas. No se trata de restaurar los momentos amargos para que se vean felices ni pintar nada de un color que no es. Sería muy irresponsable de mi parte. Pero me voy a permitir mirar un poco atrás. Nadamás mientras él termina de empacar los sueños y se va a vivir a Londres.
Una vez me dijo que la música pertenece a quien la escucha. Por eso Pulp es mío. Por eso Common People soy yo desde esa tarde en la carretera, por eso Bar Italia como una pedrada musical directo a mi buzón de correo electrónico, por eso el sountrack de Amélie y tantos discos. Y no se los robé, me los regaló. Yo tengo mi teoría correspondiente. Los sueños son de aquellos con quien se comparten. Y él y yo compartimos sueños desde el principio casi. Además claro, de los amigos, y las películas y las tardes en el cine y los cigarros y las vacaciones en la playa y las mudanzas y las borracheras y luego, después, los insultos y las reclamaciones y todo eso desagradable. Pero fuimos amigos antes que nada. Por eso en su caso no me molesta nada. Por eso me da gusto que se vaya, que lo logre. Porque este no es uno de esos sueños fallidos, robados. El nuestro no fue nunca un plan conjunto, fue nadamás un sueño coincidente, soñado en sintonía. En enero de 2003 le regalé unos lapiceros rosas punto 0.7 mm y él una servilleta con la promesa de que no me dejaría soltar el proyecto del posgrado en el extranjero. He estado muchas veces a punto de soltarlo, de que me lo suelten y todavía no sé si va a concretarse, pero luego pienso en él, que todavía está angustiado por la visa que no llega, y sonrío y me doy cuenta de que en él también se cumple un sueño mío. Y me da gusto porque lo quiero. No lo quiero porque hayamos sido novios, no sé por qué lo aclaro. Lo quiero porque los dos tenemos un problema de autoestima (de mucha) y porque hacemos todo lo posible por que a ninguno se le suba. Lo quiero porque si no fuera por él no existiría la Maztrich, ni yo me hubiera pintado el pelo nunca, ni Nueva York ni Sudáfrica ni lunecitos ni Marlboros rojos ni Bossanova la gata, ni metrosexualidad ni concektual ni astrakto ni patologías autoinducidas, ni arreglos a las dos de la mañana ni nada de nada.
Que te vaya bruto, Piri.

1 Comments:

Blogger Roberto ha dicho...

Respect!!! el mundo tiene razon de ser... Un fuerte abrazo con mucho respeto...

9:54 p.m.  

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