7.15.2003

Aquella noche que comimos jamón serrano y melón, y yo me declaré compañía inadecuada debido a la restricción etílica, sin saber que habría muchas más ocasiones. ¿Cómo saber que 10 meses después de esa primer visita al número 128 yo me encontraría otra vez ahí – todavía ahí- derramando dos gotas de nostalgia por esos muros, por las voces que no van a estar, y los besos que jamás se repetirán ahí. Por las llamadas que no se contestarán ahí. Porque sin querer, o más bien, sin saber cómo, yo me quedé también un poquito ahí, vaciándome por los rincones con cada visita, nadamás abrirse la puerta. Porque, como si tuviera derecho, encendí velas esperanzada, instalé cortinas de refugio. Porque uno puede llevarse los cuadros, vaciar los ceniceros, lavar los vasos, reponer el mosquitero y por fin levantar la ropa (aunque sea sólo para ir a tirarla a otro lado), pero no puede empacar los abrazos, ni las cervezas, ni las carcajadas ni las películas. Porque ese lugar resultó ser un espacio para nosotros. Para el Taboo y los lunecitos y la pasta à la puttanesca. Pero más bien para Amèlie, y para Trainspotting, y también para que Harry conociera otra vez a Sally. Para la pizza, las caguamas, el agua fresca en vasos de plástico toscos. Para fumar, fumar y fumar. Para aprender a querer a una gata miedosa. Para echarse en un sillón azul, apagar la luz, despeinarse un poco. Para jugar backgamonn a las dos de la mañana y salir corriendo de ganas al OXXO. Para abrazar la cintura del otro que ensaya poemas pornográficos en el refri. Para ensuciar la ropa y luego ponerse a meterla a la lavadora. Para cerrarle la puerta a todo y a todos y encender la brisa fresca del aire acondicionado. Para mirarse en silencio, quererse en silencio. También para escuchar el silencio de dos que creen que son uno, que ensayan caricias e inventan momentos. Para aprender a encontrar las estrellas con los ojos cerrados y musitar preguntas que no se contestan con palabras. Para entregar respuestas. Para llegar, ir y venir y también para marcharse aunque no siempre quisiera. Para construir un lenguaje común, hacernos novios, para ser novios. También para dejar de serlo un día de pronto, como todo.