8.30.2004

Colliding worlds

Es un poco extraño, verlos así. Es un poco extraño pedir una cerveza en la barra y levantar la vista y descubrir uno, dos, tres, ¡cuatro! pares de ojitos conocidos del otro lado. Ojos que se abren un poco más cuando nuestras miradas se cruzan y que rápidamente miran a otro lado antes de que yo alcance a reaccionar. Antes de que pueda sonreírles. Entiendo su sorpresa, entiendo su extrañeza. Yo también siento algo raro. Como si yo fuera otra. Como si estuviera en un territorio desconocido. Como si mi territorio estuviera habitado por otras personas. Un poco lo que se siente cuando uno regresa a su casa y encuentra las sábanas revueltas (who slept on my bed?, digo yo con cara de oso enojado). Una conciencia de que uno no deja de ser ciudad ni siquiera cuando uno se lo propone. Ese recordatorio de que, no importa la pulserota negra, no importan los hombros al descubierto, no importa la cerveza helada en la mano, no importan los tacones y los pantalones rotos, porque al final de cuentas, en fila, como sin querer, acabarán todos por desfilar entre curiosos y anhelantes, así como no queriendo se tropezarán contra mi espalda, rozarán con cuidado un hombro a lo mejor, y no importa porque yo voltearé y miraré y sonreiré y ellos no sabrán qué decir, y yo sólo un hola y ellos, al fin, cuando puedan hablar: "hola miss".