7.15.2004

Vendimia

Todavía no sé cómo decirles que no. Vienen sonrientes, amigables, buenasgentes a mi cubículo. Traen cositas tejidas de centroamérica, duvalines de tiendita de la esquina, zapatos por catálogo, mugritas compradas en tiendas chafas de otros continentes, cremas olorosas de tiendas famosas de ropa interior. Pulseritas y collarcitos. Espejitos, puros espejitos. Todos mercan, marchan, mercan. Tocan a mi puerta. Se interesan por mí, por mi vida, por lo que tengo que decir. Se ríen de mis chistes y me preguntan de mis cosas. Luego, como sin querer, como sin que yo me dé cuenta, sacan la bolsa, el estuche, los muestrarios. Quesos sudados desfilan antes mis ojos seguidos de colchitas hechas a mano, velitas inservibles, chocolatitos tristes en cajitas pegadas con silicón.

Y así, sin fin, la eterna fila de profesionistas malpagados hace su procesión ante mi oficina.