7.08.2004

Sueños

Me pasé la noche soñando con rusas embarazadas que parían en mi cocina. Primos furiosos que querían crepas hechas por mí mientras mamá Tamara me miraba con cara de urgencia y yo no sabía qué hacer. En un intermedio de este drama ensoñatorio, descubro que Anny y Susana también están embarazadas. De lo de Anny sólo recuerdo la noticia y la búsqueda infructuosa de un vestido de noche en un baño comunal oscuro. Susana y yo conducíamos por Paseo de los Leones mientras ella me explicaba que tenía un virus que afectaba al cartílago de su bebé. Tuve un miedo avergonzante de que me lo contagiara quiénsabeporqué. De regreso a mi cocina hecha un desmadre y a Tamara pariendo y a los primos fregando que quieren sus crepas. A un lado de su abultado vientre tiene un agujerito del que sale un plastiquito como un popote blanco. No sé cómo pero sé que se trata de un puerto. Dos pelados irrumpen en la escena, lentes oscuros y se identifican como agentes de migración. Intentan llevarse a Tamara. No sé en qué país estamos. Tamara contesta una frase absurda en un español muy bien pronunciado. Ah, estamos en México, pienso, y dejo las maniobras de auxilio y saco a los dos fortachones y les empiezo a hablar en inglés. Los dos son prietos y feos y yo ya no sé bien cómo está eso de las pertenencias nacionales. Pero les digo que se acuerden de cuando eran otros y no tenían el poder. Uno de ellos me empieza a hablar en español y me dice que él trabajaba en el campo antes de ser choto. El otro era guarro. Los despido y regreso corriendo. Está él, arrodillado frente la rusa exhausta, le explico lo de los de inmigración y nadamás me pide que le hierva un instrumento. La única olla que encuentro está llena de Nutella. Quiero llorar y no puedo. Son las siete de la mañana. Despierto temblando de frío. La sábana es muy delgada y la pijama insuficiente.