5.15.2005

(inventos)

Después de venirse a vivir a Nueva York - o a estar un ratito en Nueva York- uno pierde toda necesidad de inventar. Aquí ya todo ha sido inventado. Aquí uno deja de mentir, todo es probable, o posible, o ambas. Así qué chiste. Pero es verdad. Uno voltea a un lado y recoge un personaje, uno se sube al metro calladito, para el oído y se consigue una trama. Uno se queda mirando sobre la acera y concibe un mundo alternativo.

Domingo, dos de la tarde. Biblioteca Pública de Nueva York (la de los leones -los mamíferos, no los que pasamos el día leyendo- afuera), salón 315, ala sur (debe ser el ala sur, considerando la forma en que la calle cuarenta y dos se asoma por los ventanales, en todo caso, en donde entregan los libros con terminación non). Transcribiendo desesperadamente las últimas líneas de los últimos libros que utilizaré como fuentes en mi trabajo cuyo vencimiento se acerca a una velocidad vertiginosa.

Un hombre de camisa verde con cuadritos blancos. Lo he visto antes por aquí, su rostro me parece familiar. Sus rasgos están entre los de Elmer Gruñón (sin escopeta), Quique mi ginecólogo (sin la corbata de moño) y Alex Zyntek (sin los lentes). Se sienta a un lado mío, en el número 69. Yo estoy en el 67. Muevo un poco mis hojas para no incomodarlo y, sobre todo, para mirar qué lo trae por aquí. Un libro negro de pasta dura con una swastica (ya lo sé que no se escribe así) roja y el fondo negro. O al revés, ya no me acuerdo. Entonces me doy cuenta que en lugar de escopeta, lentes o corbata, usa un yarmulke (o tal vez kippah, cómo demonios saberlo) negro. Me mira brevemente y vuelve a su lectura y yo a mis libros. A los diez minutos desaparece. Momentos más tarde me hace falta mi marcatextos, la mochila, el zipper, ah, pensé que se había marchado pero no, ahí está, leyendo su libro sobre alguna cosa holocáustica. Cuando es evidente que no voy a poder con todos los libros, mer dirijo a la fotocopiadora. Elijo una que está ocupada pero que queda frente a mi lugar 67, para poder vigilar las cosas que he dejado sobre la mesa. Entonces me doy cuenta. No me estoy volviendo loca. No era mi imaginación que se inventaba que estaba y luego ya no estaba. En los quince minutos que me tardo en la fila y luego en la máquina, lo veo cambiarse cinco veces de sitio. Toma su mochila, su libro y se para. Parece que ya se va. Camina entre las mesas, elige un asiento y se acomoda. Lee (o finge que lee) menos de tres minutos. Voltea nerviosamente a todas partes. Toma la mochila y se levanta. Camina por entre las mesas, se tropieza, se sienta junto a una muchacha despeinada con audífonos y camiseta de tirantes. Repite la operación cuatro veces más.

Si no hay que inventarlos, ahí están, solitos.

1 Comments:

Blogger Jody Dito ha dicho...

Esta claro, la Maz, es un asesino en serie en busca de víctima.
No se como no te das cuenta!!

12:34 p.m.  

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