aaahhh
Hace dos mil palabras puse una Pacífico en el refri.
Hace una hora y media me metí a bañar.
Hace cuatro visitantes a puraspalabras hablé a Lombardi's.
Hace mucho que no me sentía tan ligera.
Hace exactamente veinticuatro horas que lo renuncié.
Apenas dos hojitas, llenas de renuncias. Renuncié a todo, renuncié a su abandono y los sueños con él. Renuncié a tener sus hijos hipotéticos y a sus canciones y a sus películas. Renuncié a ser la Maga de su Horacio y el silencio acompasado de su mordida al viento. Renuncié a cada poro, pestaña y cadera. Renuncié a todas sus destrezas y sus fallas. Renuncié a su futuro unido con el mío. Renuncié a sus ciudades de atmósferas de vino y velas. Renuncié sin leer lo que había renunciado una línea antes. Renuncié a seguir llorando por él y deposité las últimas lágrimas sobre el papel. Despacito, sin prisas. Sin preocuparme de que nadie me viera, el teléfono apagado y la voz repitiendo lo que la pluma decía a todo volumen. Te renuncio con todas y cada una de tus letras, y después renuncié a cada una de sus letras, una por una, hasta que se fue la ese final del apellido de su madre. Renuncié a escribir el libro de la promesa que no se cumplió. Renuncié a regalarle la ciudad que soy y esa en la que habré de convertirme. Por escrito y en voz alta. Después le pedí a Joaquín unas palabras prestadas, esas del adiós que no maquilla un hasta luego y del nunca que no esconde un ojalá. Después las hojas de mis renuncias desaparecieron despacito, lento, a oscuras. Las cenizas se quedaron toda la noche ahí. No me moví hasta que mis ojos terminaron de vaciarse del último recuerdo (y si te ví no me acuerdo). Después dormí doce horas.
Hace rato que me miré al espejo me dí cuenta de que esta vez la mujer enfrente mío era yo.
Hace una hora y media me metí a bañar.
Hace cuatro visitantes a puraspalabras hablé a Lombardi's.
Hace mucho que no me sentía tan ligera.
Hace exactamente veinticuatro horas que lo renuncié.
Apenas dos hojitas, llenas de renuncias. Renuncié a todo, renuncié a su abandono y los sueños con él. Renuncié a tener sus hijos hipotéticos y a sus canciones y a sus películas. Renuncié a ser la Maga de su Horacio y el silencio acompasado de su mordida al viento. Renuncié a cada poro, pestaña y cadera. Renuncié a todas sus destrezas y sus fallas. Renuncié a su futuro unido con el mío. Renuncié a sus ciudades de atmósferas de vino y velas. Renuncié sin leer lo que había renunciado una línea antes. Renuncié a seguir llorando por él y deposité las últimas lágrimas sobre el papel. Despacito, sin prisas. Sin preocuparme de que nadie me viera, el teléfono apagado y la voz repitiendo lo que la pluma decía a todo volumen. Te renuncio con todas y cada una de tus letras, y después renuncié a cada una de sus letras, una por una, hasta que se fue la ese final del apellido de su madre. Renuncié a escribir el libro de la promesa que no se cumplió. Renuncié a regalarle la ciudad que soy y esa en la que habré de convertirme. Por escrito y en voz alta. Después le pedí a Joaquín unas palabras prestadas, esas del adiós que no maquilla un hasta luego y del nunca que no esconde un ojalá. Después las hojas de mis renuncias desaparecieron despacito, lento, a oscuras. Las cenizas se quedaron toda la noche ahí. No me moví hasta que mis ojos terminaron de vaciarse del último recuerdo (y si te ví no me acuerdo). Después dormí doce horas.
Hace rato que me miré al espejo me dí cuenta de que esta vez la mujer enfrente mío era yo.
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