Au revoir, tristesse
La tristeza no suele llegar para quedarse. A veces se muere un abuelo, o se marchita una planta o un amigo se muda a otro continente. Pero después uno se seca los mocos y se levanta de la cama -o del sillón- y uno se mira al espejo con los ojos enrojecidos pero uno se reconoce. Pero es posible una tristeza estructural. Una condición elefántica, imposible, carente de horizonte. Se instala en la cabeza, en el cuerpo, cubre de plomo el sueño y de agua los ojos. Y llega sin abuelo muerto ni planta marchita ni amigo lejano. Y dice, la desgraciada, aquí me quedo.
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