6.22.2013

Wimbledon

Después de hablar de Brasil, de las protestas, de la corrupción, nos quedamos en silencio en un semáforo. Intento decir alguna cosa sobre el nuevo banco que han construido frente al grifo. Extraño decir gasolinera. Pero lo que está frente a esa nueva sucursal del banco no es una gasolinera, es un grifo. El hombre se compadece de mi torpeza para conversar. "A mí me gusta el tenis", dice. Y dice que Federer y Nadal. Dice que Wimbledon. Y de inmediato informa que Wimbledon queda fuera de la ciudad. Que es, imagínese, como ir al campo. Que no sabe cómo hace la gente para comer un bocadillo porque no hay cafetines ahí cerca. Cuando dice cafetines lo miro por el retrovisor. ¿Qué taxista limeño dice cafetín? Uno que se pasa la tarde imaginando cómo hace la gente para llegar ahí, dónde estacionan los autos, si tienen que atravesar un bosque antes de encontrar las canchas. "Yo no sé, la verdad, cómo será todo eso en Inglaterra. O el Roland Garrós, en Francia". Le toma dos cuadras explicarme por qué el Roland Garros (aggastra la egge) debería cambiar de nombre después que un genio la gane siete veces. Entonces mete la mano a la guantera y saca un  diario. Recita la fecha y el número de página mientras me lo alcanza sin dejar de atender al tráfico. Lo abro. El tabloide doblado con cuidado, como un folleto de turismo. El lugar feliz de un taxista.