12.21.2009

haircut

Sentada en lo del peluquero miras en una revista con codicia los zapatos que no vas a comprar. Anotas mentalmente las tendencias y se te ocurre que agregando una blusa así, o un cinto asá, tal vez lo mismo de siempre se vea distinto. Aunque a decir verdad te gusta bastante lo que hay en tu clóset de un tiempo para acá. Aunque claro, nunca es bastante, disculpen Marx y Engels, qué le vamos a hacer. De lejos te observas en el espejo. Esa chica castaña de la melena eres tú. Es lo que todos dirían si también estuvieran esperando el turno. La chica de la chaqueta de mezclilla y las zapatillas plateadas, la del pelo ondulado y pesado. Ésa a todas luces, eres tú. Tú no estás tan segura. No siempre te reconoces. Tú eres más que tu cabeza, piensas ¿verdad querido cuerpo? Hola muñeca, te dice y te abraza. No te importa que te abrace. Te gusta de hecho que te conozca, te procure, te abrace cuando te saluda. Sí, eres una cliente. Sí, es su trabajo tratarte bien, pero te gusta pensar que hay un poquito de lealtad también, en confiarle cuatro o cinco veces al año tu dinero y tu cabeza desde aquel abril de 2003. La chica te moja el pelo. El ayudante teclea en la computadora y te informa que desde septiembre no has venido a cortarte. ¿Tanto tiempo? Todo pasó a segundo plano con tanto trabajo. El pedicure igualmente pospuesto, pensaste esta mañana cuando saliste de la regadera. ¿Cómo te voy a cortar? Mucho, dices. Ni siquiera parpadea, es un profesional. ¿Ya sabes cómo lo quieres? Explicas que le corte todo de aquí y mucho de acá, pero no tanto de ahí. Asiente. Después agregas, pero tú eres el que sabes, así que tu decides. Entonces sonríe complacido. Tú no te preocupes linda, que después de tu papá, soy el hombre con el que has tenido una relación más larga en tu vida. Lo miras traviesa desde el espejo y después te das cuenta de que tiene razón. Fuiste y volviste a Nueva York. Anduviste, cortaste volviste, te cortaron. Te miras en el espejo y piensas en todos los clichés que vendrán, pero sobre todo el feísimo "año nuevo, nuevo look" y sólo por eso piensas en pedirle que se detenga pero es demasiado tarde. Todo está al raz del cuello, de la mandíbula. Te preguntas si vas a llorar. Es uno de esos fenómenos medio inevitables, como el hormigueo intenso después de que se te duerme la pierna. A nadie le gusta pero hay que pasar por ahí. Lidiar con un shock. Dale, dijiste por dentro a la del espejo, una lagrimita no estaría mal. Pero no. Te quedaste ahí, Mona Lisa hojeando la revista y fantaseando con collares y zapatos que le irían bien al cuello que te acaban de regalar.

Y te sientes bien porque hace rato tu hermano dijo que te veías como alguien de quien Hugh Grant se enamoraría en el minuto veinte de una tonta película romántica.