12.05.2009

misplaced saturday

Encontramos un lugarcito por la casa que entrega pizzas hechas en un horno chido. Nos detenemos. En el refri hay suficiente de comer, pero los platos de ayer están sin lavar. Nadie se anima a limpiar la cocina con este frío, ustedes disculparán. Así que nos detenemos, recogemos el combo menú-volante-imán-para-el-refri y deliberamos mientras vamos al cajero. Hace frío. Hace falta una botella de vino. Vamos por ella, ahora venden en el OXXO. Se baja, se vuelve a subir al coche: ¿cuando dijiste vino lo decías en mexicano, o lo decías en alguno de esos dialectos sudamericanos que a veces hablas y en donde vino es el genérico de ron, whisky, vodka, etcétera? Lo miro como bicho raro. Vino en mexicano, ¿o te parece que sea buena idea comer esa pizza rústica con una botella de, digamos, Oso Negro? O-KEY, me dice, and then he rolls his eyes.

Hacemos la orden por teléfono y antes de estacionarme en la casa decido que cómo no, vamos al súper y nos traemos una botella de vino, no importa que no sea del OXXO. Hay mucha gente. Entro con propósito, y con propósito alcanzo el brazo al estante de la variedad: menos de cien pesos, es sábado y no tendremos visita. Luego recuerdo que no hay pasta de dientes. Tac tac tac oigo mis botas sobre el piso recién pulido del super. A zancadas rebaso a la señora con el bebé, tomo la pasta y me enfilo hacia la caja. Me atiende la misma chica que me ha entregado el dinero de las transferencias del pago de aquellos artículos. La que en mi mente sospecho que cree que tengo un esposo olvidadizo y tacaño que me envía un poquito de dinero que yo luego malgastaré en cigarros y botellas de vino. Me cobra la pasta de dientes y el vino. Le extiendo la tarjeta de débito que sale del bolsillo trasero de mis jeans favoritos. La pasa. Me ofrece un papelito sobre el que hago un garabato descuidado. El empacador apenas se distrae lo suficiente de una charla con el colega de la fila de junto. Lo detengo, no hace falta. Empuño la pasta de dientes con la mano derecha y abrazo la botella de vino bajo mi axila izquierda. Tacón, cadera, movimiento despreocupado de bufanda, hairflip. Tac tac tac. En la puerta me tropiezo con un limosnero/voluntario acreditado. Abre la boca para invitarme a donar a su causa, ofrece un bote con una ranura. Me detengo un segundo. Me mira, mira la botella. Se calla. Reparo en la escena y antes de otra cosa, dos señoras me esquivan como si fuera el diablo mientras huyen con sus carritos repletos de, de seguro, provisiones decentes y no egoístas.

Me carcajeo en voz alta. Ay, nomás no combino aquí.