3.03.2009

martes

Esta semana no avanzo nada. El trabajo se sigue apilando. Los correos sin atender languidecen en el inbox de la misma manera que mi planta lo hace en el recibidor de la casa. Los alumnos ahí, ahí. La escritura, ausente, el Moleskine rojo avergonzado de contener sólo registros de pagos. En los últimos días, tres textos me ocupan. Ninguno es mío. Un par de ellos son boberías que me quitan el tiempo pero que debo igual leer y corregir. Porque accedí. Después, el otro texto. Acercarme a él de puntitas, con un lápiz primero. Darle vueltas a las palabras como si estuvieran en una vitrina de museo. Animarme a poner un dedo encima, luego otro. Ir tomando confianza. Moverlas de lugar. Tachar alguna. Borrarla y desborrarla. ¿Por qué me importa tanto? Después, la torpeza. El guardia que viene y me regaña (la primera vez que fui a MARCO un guardia me regañó enfrente de un montón de gente por masticar chicle) y me corre de ahí, mire-lo-que-ha-hecho-con-esto. Y avergonzada me voy a mi rincón. A volver a ser maestra.

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