1.16.2009

jueves

Jueves. A punto de cosechar la primera semana de clases. Las mañanas son una batalla extraña. Despertar bajo esta ventana todavía no me resulta familiar. Acá, en el departamento, bajo el aguacate, tengo muchos sueños extraños. El otro día, por ejemplo, había unos tipos de traje bebiendo en un auto de lujo y unas putas rusas, efecto de mi reciente obsesión con Wall Street y la crisis financiera, supongo. Duermo mal. Pienso cosas. Imagino cosas. Escribo menos. Es como si el maldito cuarto propio me hubiera traicionado. Como que las palabras se me hubieran quedado en la otra casa, con las blusas que ya no cupieron y los recuerdos de mi abuelita. Su voz que no resuena entre estas paredes recién pintadas. Las paredes, pintarlas. El techo, vestirlo. nventarme una dirección propia. No un rumbo si no una ubicación. Vivo aquí, y es mío. El plato, la copa, un estante. De a poquito, echar un ancla en una vida que no sé si me pertenezca. Y por otro lado, sentirme bien en esa piel de la escuela. Jueves, cosechando la primera semana en la que me siento totalmente la dueña de mi salón. Ser la dueña de lo que les digo, enseño, muestro. Dominar. Pararme enfrente con autoridad con competencia y atestiguarlo en sus silencios y sus asentimientos de cabeza y en esos momentitos de reverencia cuando la respuesta les satisface. Cuando llegan al "oooohh" y al "aaahhh" porque yo les indiqué por dónde. Aunque fuera de ahí, de ese escenario, terminada la función, dejo de poder. Incompetente y torpe hacia mí. Con ellos. Con eso que tanto me provoca. Lo que, en el fondo, supongo que siempre he querido.