10.28.2008

bus

Pasé dieciséis horas de este fin de semana viajando. Sola. Transportándome. Viajar pemite pensar. Pensar y tal vez llorar un poco a oscuras, protegida por el pasar de los postes en la oscuridad, el anonimato del montón. El montón anónimo que hace fila, espera, se amontona, sube, baja, cabecea. Y mientras tanto pensar, sentir. Todos ya tienen a alguien. Un alguien, sabes, significativo. Una familia propia. Hijos, casa, planes. No que yo lo esté buscando, pero de alguna forma, este viajar así no me parece libertad. ¿Me explico? A ver. Compartir algo tan simple como este trayecto. No una casa, no unos niños no ni siquiera un techo. La carretera. Mirar juntos el paisaje y recargar un rato la cabeza en el hombro del otro y hablar de cualquier bobería en lugar de escuchar sobre la nieta de la señora de junto que, who cares, la tiene que cuidar para que la hija trabaje. Y fíjese, yo que pensé que ahora que mi viejo se murió y yo me jubilé ahora sí iba a tener tiempo de pasearme, y me toca esta criatura. El puto egoísmo, que me obliga a ignorarla y concentrarme otra vez en mí. Yo, mi, a mí. Me falta, quiero, espero. ¿Por qué no? Desear mucho algo. Duele un poco. Sabe tal vez a eso que llamamos extrañar, pero en futuro. Conjugado en otro tiempo. Ese tiempo de transición, de viaje. Hasta que llega el destino. Las personas con destino a, y entonces sabemos que hay que bajar. Llegamos.

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1 Comments:

Blogger Carol ha dicho...

Andas con la saudade querida Maz.

2:01 a.m.  

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