1.20.2008

el pasado

Llegamos un poco tarde al cine. Había olvidado lo mucho que me gusta ir al cine. Un hombre y una mujer que se separan. Ella dice que no, que se dejan. Un hombre y una mujer que se dejan, en Buenos Aires. Querer tocarlo todo. La calle, los cafés, el subte. Un gusto a conocido, a viejo. Saber que también no hace mucho, caminábamos por ahí. La última vez que ví a ese hombre fue en Buenos Aires, en una pantalla del rumbo de Almagro. Y ahora él, en la pantalla, camina por las calles que nos llevaron a verlo. Siento una pequeñísima nostalgia. Como si estuviera esperando que de pronto volteara a mirarme y dijera: eso es Retiro (o Abasto, o ¡mirá, Rivadavia!), ¿te acordás? Y claro que me acuerdo. Me concentro en la pantalla. En el pasado de ellos. El muerto que comparten. Ése con el que sólo uno de ellos se quedó a vivir. No sé si termina de gustarme, no termino de creérmela. No sé qué estoy buscando. Un cachito de eso. Una hora y media into the movie, avisto de pasada el primer mate de la cinta. Tampoco hay fútbol. En la versión que yo tengo de eso hay siempre mate y fútbol y puñadito e ironía. Acá no. Esta es otra versión. El pasado se pudre, huele mal. Está sucio y sin bañar. Rodeado de botellas de Quilmes y cajas de pizza y fotografías sin clasficar, el pasado se vuelve una montaña infranqueable a la que le damos la espalda inútilmente. Queda su sombra. Yo estoy acá, aquí. Al pasado le hemos cerrado la puerta. No, no lo hemos borrado. Lo metimos en el último cajón. Que se quede ahí. Ahora hay otros proyectos, otras ilusiones. Ahora no tenemos tiempo para él.

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