1.17.2008

cosecha

Esta tarde salí de la oficina a tiempo. Ocho horas en punto y eso que no ví el reloj hasta que tomé el celular para ponerlo en mi bolsa y marcharme. Cuando me echaba la bolsa al hombro y guardaba un artículo que quiero leer pensé soy feliz. Después me burlé. De mi conciencia feliz de mí. Che loca.

Pero no es así, ni locura ni negación ni nada de eso. Es cierto que pasé unos días pesados, tristes, nublados. Y es cierto también que afuera está nublado. Pero no. Aquí no. Me siento bien, tranquila. Del cuerpo, la mente, el ego. Cada vez me sale mejor mi trabajo. Mi trabajo, el que todavía conservo. Decir que siempre no, no me voy a ir y que me acepten y no me pregunten, y que además me bajen un poquito la carga sin decírmelo. Como una palmadita en la espalda pero con dignidad. Ayer, el inicio de lo que sigue y una epifanía vocacional. Lo disfruté de veras. Un orgasmito intelectual. El anuncio de una prueba superada. La responsabilidad de llenar unos zapatotes y la sospecha de que tal vez puedo.

Me veo al espejo y también me gusto. Los ojos, más grandes, más, no sé, ahí. La ropa que poquito a poco va aflojando. Los músculos que se empiezan a asomar. Los pequeños rituales de baño, crema, perfume, lipgloss. Disfrutar el ombligo que despite the frío se asoma cada vez más por encima de los pantalones que siguen en caída libre.

A mi alrededor empiezo a notar cosas que antes no veía, aprecio, interés, cariño. Aprovecho cualquier oportunidad de cafecitos, cine, comida, llamadas, regalos, notitas. Palabras. Elijo quedarme con las palabras edificantes. Las que digo pero también las que recibo.

Tengo 28 y siento que estoy cosechando. Que todo me lo merezco.

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