11.17.2007

Hace casi tres semanas se los advertí. Se los dije primero en inglés y luego en español (¿todos entienden español más o menos bien, verdad?). El último día de clases me van a entregar un ensayo de reflexión de dos cuartillas. Vale dos puntos fi-na-les. Es decir, si lo hacen bien y lo entregan a tiempo y respetan la extensión, tienen dos puntos de cien finales. Que quede claro, son esos mismos dos puntos que pueden hacer la diferencia entre 68 y 70. ¿Ok? Todos abren mucho los ojos y hacen que sí con la cabeza. Luego les digo. El que no lo traiga el último día a la hora de la clase ya tiene cero. ¿Comprendido? Sí sí sí. Y luego uno por uno les dí en la mano las instrucciones por escrito. Cerrábamos así el pacto alumno-maestro. Ese mismo que ayer hubieron de profanar. Nunca falta.

Uno por uno lo recogí. Las cosas en las que una acaba. Pero es que después resulta que yo sí lo entregué pero tú lo perdiste miss. Uno por uno lo entregaron. Al final viene una güerita. ¿Te lo puedo entregar al ratito? No. Es que te lo voy a entregar a las once. No, se entrega ahora. Es que sí lo hice pero lo hice mal. Entrega lo que hiciste. Es que hice otra cosa, un reporte del libro. Entonces no lo hiciste. Y la güerita ondeaba un papel typeado. Es que yo pensaba que era otra cosa. (Ahí sólo aprieto los labios y levanto las cejas). Es que sí lo hice pero apenas ahorita ví las instrucciones. ¿Y yo cuándo te las dí? Pero es que me confundí! Pero las tenías, te las dí en la mano. Pero sí lo hice. No. Te lo voy a entregar a las once. Tienes cero. Te lo traigo y me pones lo que quieras. Lo entregas y lo califico sobre cincuenta. Pero lo voy a traer a las once! Era para las ocho. Bueno ¿sobre ochenta? Cincuenta, a las diez de la mañana y se acabó.

No puedo esperar a que se quede con 69, muajajaja.

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