2.14.2007

catorce

Llegué muy atolondrada. En el camino del auto al escritorio, ocho grados, cuatro por el windchill, una minifalda y un par de piernas rojas sobre tacones de charol homocrómicos se atraviesan. Ugh. Es el día. El que se inventó para la preparatoria. Después no tiene caso. Después no hay emoción genuina ni sonrojo verdadero ni carmines que no resulten cursis. Abro la T-60 y algo me molesta. Una figura merodea sospechosamente frente a mi pecera. Malditas oficinas de vidrio. Trae consigo un ramo de whatelse,roses. Mi compañera de acuario también se da cuenta. Quérmoso, quétierno. Llega otra vecina a distraernos momentáneamente. De pronto para en seco y dice "está esperando a alguien! cocha! qué ternura!". Las tres miramos mesmerizadas desde el otro lado del vidrio, desde la seguridad de nuestros treintaocasitreinta, desde nuestra experiencia. Quince minutos para el timbre y sigue ahí, esperando. Deseando. Cuando empiezan a vaciarse los salones en una desordenada ola de rojos y blancos y globos y flores contenemos la respiración. La escuincla no lo mira dos veces, ni a las rosas. Such a bitch. Es como un terrible terrible accidente. El impoulso de las otras dos es pegarle a ella. Yo lo miro y me da rabia. No deberíamos dejarlos graduarse así.

Hay cosas que no podemos enseñarles.

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